Viernes. Ayer, llovió todo el día. De la mañana a la noche. Nos mojamos un poco cuando lo llevo a Carmelo al colegio. A la tarde, de vuelta, también nos mojamos. Siempre me mojo yo más que él. A la noche, secamos las zapatillas en la cocina. Él lo hace con alegría. Es buen compañero. Me habla de sus videojuegos. Muy pronto vamos a hablar de libros, de películas, de viajes, de ciudades y de música. Hoy, nublado pero sin lluvia. Lo llevo y notamos el tráfico del barrio cargado y enrarecido. Cuando vuelvo, la portera me dice que en Rivadavia chocaron dos colectivos, por eso las bocinas y los autos. (Las bocinas suenan todo el tiempo.) Agrega, enseguida, que chocó un 44 y otra línea de colectivo que no escucho. Después sí, con claridad: “La gente está muy loca, señor.” Y yo respondo: “Así es.” Mientras espero el ascensor, se escucha una sirena.

Más tarde. Leo Incidentes de Roland Barthes. El estilo, que nunca es igual a nada ni a nadie, se me pega. Es un estilo que me sale, una música que puedo tocar. No tan bien como él, desde luego. Lo leo antologado en el libro de Pauls, y también, un poco en un libro sobre relatos de viajes de Monteleone. Incidentes es un libro póstumo que Barthes dejo pulcramente preparado para que sea publicado. Su único tema, con mil variaciones: el trolo viejo que busca en París y en Marruecos quién se lo coja. ¿Es feo decirlo así? Las mil variaciones son las que resultan interesantes. Qué come, qué paseo hace, a quién ve, a quién no, qué lee. Él mismo sabía de ese tema. Es divertido ver cómo lo oculta, lo modifica, lo exhibe y lo esconde. Mientras tanto, mientras Barthes camina para siempre las calles de París y de Marruecos, aburrido y lánguido, a mí se me pega su estilo. Este año ese fue el gran descubrimiento. (Supongo que lo descubro todos los años.) Leo buscando un estilo que me sirva. Lo demás, importa poco. Leo sobre Malvinas o la Antártida por cuestiones profesionales, o leo sobre política por la coyuntura, o lo que fuere. Pero si puedo elegir, busco una forma. Desde luego, como se trata de un aprendizaje, conlleva una decepción. Pero este año fue todo mucho más consciente (y por lo tanto terrible). Se parece a tomar una droga lisérgica. Leo y cambia mi percepción. (Con Barthes esto es más angustiante porque empiezo a pensar como él.) Hemingway, en la otra punta vital y literaria, me causa el mismo efecto. Camino por el barrio y pienso en ese estilo. Para mi trabajo diario me sirve el libro de Luis sobre Lana del Rey. Muy bien escrito, con muchísimos recursos bibliográficos y escriturales. Puede escribir sobre algo que le gusta mucho y lo conmueve, y puede hacerlo de forma bella, sensual e inteligente. Le envidio eso, esa capacidad voluptuosa. Justo él que se hace el perezoso, que posa de diletante… No, lejos de eso. Es un esmerado prestidigitador. Le mandé unas preguntas para hacer una entrevista pero no me contestó. Creo que las preguntas eran malas. Su libro es de lo mejor que leí este año. Empecé a escuchar Lana del Rey por él. Su música está bien pero lo que él saca de esas canciones con su libro es increíblemente más excepcional. Se llama Diez maneras de amar a Lana del Rey.

Sábado. Ayer paseo por el barrio con el doctor Rosé y su hija de ocho meses. Fuimos hasta Yenny. Le conté que quería comprar Incidentes de Barthes. Ninguno de los dos tenía mucha esperanza de encontrarlo pero entramos a la librería y fuimos a Filosofía, a la letra B, y mientras hablábamos, encontré el libro. Fue una sorpresa. Lo pagué caro. En Internet estaba mucho más barato. La mitad o menos. Pero los siempre tiesos libreros de la cadena se ganaron esa compra. Después revisamos al pasar los pockets de Stephen King y comentamos los nuevos y los viejos. Caminamos hablando de la guerra entre Israel y Palestina y nos tomamos un café enfrente de la plaza del Angel Gris. Hablamos de Michael Chabon y de la película –excelente– que Larraín le dedicó a Pinochet. La niña del doc se portó muy bien.

Domingo. Caminata por el centro de la ciudad. En el BAM, Buenos Aires Museo, hay una línea del tiempo. Primera fundación de la ciudad, segunda, luego salto al Virreinato del Río de la Plata. De 1580 a 1776 no sabemos qué pasó. Son ciento noventa y seis años que no sabemos qué pasó en nuestra ciudad. Cecilia me regaló una moneda italiana. Es de 1942. De un lado tiene un águila con el signo facista. “No es Mussolini” me dice. Del otro lado se ve el perfil de un hombre calvo. “Es Vittorio Emanuele, el rey” le respondí. También me regaló unas muestras de Diclofenac con Pridinol para las contracturas. Más tarde, en la cocina, encontré una estampita que mi abuela guardaba de San Benito.

Más tarde. Vamos a publicar una antología con artículos y ensayos de Paco para celebrar los once años de vida de la revista. No se trata de una antología con los mejores ensayos sino de una antología que intenta ser representativa del espíritu de la revista. (Y desde luego falla.) Cuando repaso la selección que hice me doy cuenta de que es excelente. Por separado podemos ser buenos pero juntos formamos otra cosa, más densa, más pesada. Hay algo en ese tejido. En enero se cumplen once años escribiendo y editando la revista. Una piedra más en el camino a Roma.