Miércoles 8. La salida se pospone. Pasa de mañana jueves al viernes. Misma hora. Viernes de Palomar a Río Gallegos, hacemos noche ahí y el sábado cruzamos a Marambio.
Viernes 10. Salida suspendida. El Hércules está en Río Gallegos y no puede hacer el primer viaje a Marambio. Hay mucho viento. ¿Salimos mañana? Primero el Hércules tiene que volar a Marambio, descargar, volver a Buenos Aires, cambiar tripulación y entonces recién podríamos embarcar. David me cuenta que los pilotos evalúan hacer el cruce de madrugada. También me pregunta si le puedo prestar un juego de sábanas.
Viernes, más tarde. Nos confirman la salida hacia Río Gallegos para mañana al mediodía.
Sábado. A las once paso a buscar a David por Devoto. A las doce llegamos a la Base Aérea del Palomar. En un mostrador, un suboficial de la Fuerza Aérea nos pregunta si tenemos un equipo. David pide el suyo e insiste en que yo pida un mameluco de frio extremo. No lo quiero, le digo que no lo necesito, pero lo termino aceptando. Pasamos con otros pasajeros a una sala de espera.
– ¿Qué libro trajiste? –le pregunto a David.
– Crimen y castigo –me responde.
¿Solo ese libro? Solo eso.
El vuelo pasa de las tres a las cinco.
A las cuatro y media caminamos hasta el avión. Subimos, nos acomodamos y el avión despega.
El Hércules es muy ruidoso. Nadie habla. Hace calor.
Llegamos a Rio Gallegos. El viento hace que los ocho grados parezcan más fríos.
– ¿A dónde van?
– Soy historiador –responde David– Voy a escribir.
– Nosotros vamos a Marambio.
Ellos van a Marambio y vuelven, nosotros seguimos.
Domingo. La mayoría de los que viajan con nosotros van a Marambio. Funcionarios, técnicos, algunos militares. Durante la cena, nos avisan que hoy cruzábamos. Me tocó compartir la habitación con dos ingenieros y un coronel en una de las casas de oficiales. Uno de los ingenieros está desarrollando un refugio que se arma en diez minutos. Me muestra fotos y planos. Durante el desayuno, un teniente coronel nos dice que no están dadas las condiciones metereológicas. Hay tormenta. Vamos a tener noticias a las siete de la tarde. Durante el día nos ofrecen visitar, en la ciudad, los festejos del Día de la Tradición. Me quedó y duermo la siesta. Me felicito por la decisión de quedarme. Desde el comedor, donde tomo una taza de café, escucho a dos soldados en la cocina hablando de las elecciones del próximo domingo.
Más tarde. Después del ruido del avión y de la cena es bueno estar solo. Sentada en una de las largas mesas del comedor, una suboficial del Ejército mira su teléfono en silencio.
Lunes. Nos avisan que hay posibilidades de salir hoy después de la cena. Hay mucha gente hospedada en la base. No hay lugares para sentarse a escribir. Un teniente de la Fuerza Aérea me echa del comedor porque están preparando las mesas para el almuerzo.