El comandante de base y el encargado nos dan la bienvenida. En Petrel pasaron el invierno veinte hombres. Me los van presentando mientras descargan insumos y materiales de los helicópteros. La mayoría son del Ejército. Pero la base es conjunta así que hay personal de las tres armas. Los helicópteros levantan vuelo. Con dos motos de nieve nos llevan con la carga hasta la casa principal que está justo al lado de una morena. Recorremos la base con el encargado, un suboficial del arma de ingenieros. Hay un comedor para unas treinta personas con una mesa común, cuartos pequeños con cuatro camas, dos por pared, un baño común muy bueno, una cocina, un depósito, un gimnasio. El suboficial está orgulloso de lo que nos muestra. Llevamos nuestro equipaje a una habitación que compartimos con dos cabos. Me toca la cama de abajo. Almorzamos. Dormí dos horas en Rio Gallegos y dos horas, muy incomodo, en el avión. El viaje me cansó. Pero quiero salir. El comedor se vacía.

– No conviene que por ahora compartan el mate –me dice el médico de la base.

Los hombres que invernaron hace meses que no tienen contacto con bacterias o virus.

Después del almuerzo, me quedo compartiendo un café con un capitán, que es el segundo oficial a cargo. Me pregunta donde estudié. Hablamos de formación.

¿Usted qué piensa sobre los niños soldado?

No tengo una opinión formada pero creo que estoy en contra, le digo.

Y si un niño lo ataca, ¿qué hay que hacer?

No respondo.

Imagine la situación.

Me cuesta imaginarla.

Haga el esfuerzo.

Tomé un poco de café.

No se imagine una situación de reflejos, de velocidad. Imagine a sus soldados bajo fuego enemigo. Pero el que tira es un niño. ¿Responde el fuego?

Creo que no lo dudaría, pero no lo sé.

De eso trata el curso.

Creo que me defendería, dije.

Hay muchos casos donde el soldado no puede responder, y luego tiene problemas.

Hizo un silencio.

Nueve de cada diez niños soldados están en África, y siempre pertenecen a una guerrilla.

Nunca a una fuerza regular, le digo.

Nunca, me responde.

Supongo que el que no es Africano será del Caribe o Latino America, aunque también puede ser asiático.

Un soldado de ocho años también es una víctima. Pero el derecho internacional es una cosa y el combate es otra, dice el capitán.

La diferencia entre la teoría y la práctica, digo.

Exacto, la diferencia entre la teoría y la práctica, repite él.

Termino el café.

Salgo afuera y un cabo sale a fumar. Tiene una barba rubia, muy tupida.

Ya vamos a tener que ir guardando las motos, me dice.

La primavera va derritiendo la nieve. Se hacen lagunas. Llega el verano.

Los hombres de Petrel son muy jóvenes. Parecen obreros especializados, boxeadores amateurs o futbolistas concentrando antes del partido. La mayoría trabaja en el hangar, el taller o en la casa principal. Hay tres tractores en la pista. Si el tiempo es bueno, los conductores no paran para almorzar. Les llevan un pan y una sopa y siguen trabajando. También hay un grupo de ingenieros del Ejército vaciando unos pozos que se llenaron de hielo donde van las bases de un nuevo alojamiento. Salimos. Vamos hasta el oratorio y después recorremos la pista. Los tractores trabajan. Hay prepararla para operar un pequeño avión de la Fuerza Aérea que va a traer un grupo de funcionarios.

¿Cuándo?

Ahora, en noviembre.

¿Quienes vienen?

Nadie sabe con precisión.

En la Antártida todo depende del clima.