Lunes. Ayer, Museo El Angel, en Monserrat. La entrada sale tres mil pesos. En las paredes de un salón muy grande hay pantallas que proyectan cuadros famosos. Esta vez la muestra es de Velázquez y Goya. Las pantallas van rotando los cuadros. Muchas veces los recortan o fragmentan. Una mujer con un pequeño micrófono cuenta algunas banalidades sobre ambos pintores. Es amable pero también pobre en su speech. El lugar está ambientado con luces, espejos y molduras doradas. Los marcos de las pantallas también son dorados. El piso brilla y hacia el final del salón se escucha una música de FM. En una de las pantallas veo Duelo a garrotazos y en otra, un primer plano de la Infanta Margarita de Las Meninas. Velazquez pierde menos que el Goya más oscuro proyectado en las pantallas. La luz que ilumina las pinturas desde atrás no es un mal recurso, pero se vuelve estridente. Quizás si todo el salón estuviera a oscuras la experiencia sería más interesante. La mezcla de tradición y tecnología me hace acordar a la película Gattaca. El museo es kitsch, pero también el futuro siempre lo es. Aparte, todos los museos de arte son kitsch y recuerdan una especie de frasco dorado. (Los alemanes intentaron esterilizar los salones de sus museos y los hicieron minimalistas pero la grasa y el desgaste siempre te alcanza.)

Martes. Ayer primera visita al Museo Casa Ricardo Rojas para consultar el archivo. Los archivistas me ayudan a ubicarme con algunas fechas. Me recomiendan libros. Una biografía de Rojas que hizo Horacio Castillo, por ejemplo. Les comentó que intenté leer la de un tal De la guardia o De la guarda y nos reímos porque es una biografía de esas donde el que escribe no puede dejar de contar su propia vida. El lugar del archivo es en el segundo piso. Me resulta confortable aunque los archivistas se quejan de que no hay lugar. Me pongo guantes y reviso algunos manuscritos de Rojas. “¿Hay fantasmas en la casa?” pregunto. Los archivistas se ríen. Me cuentan que las bombitas de luz se queman muy seguido. “¿Tanto?” pregunto. Me confirman que sí. “¿Y qué será?” Me responden: “Julieta, la mujer de Rojas, quizás no quiera que revolvamos tanto estos papeles y que estemos tanto tiempo molestando por acá.” Rojas hacía caricaturas en sus manuscritos. Dibujaba bastante bien. Los archivistas me señalan diferentes escrituras al margen en los manuscritos. “Nos dejaba notas” me dicen. ¿A nosotros? Claro. “Rojas había trabajado con archivos y sabía que lo íbamos a estar leyendo ahora.” Es sorprendente pero cierto. Hay toda una serie de notas que van guiando la lectura de inéditos y manuscritos. Me genera mucha empatía encontrar, casi en cualquier parte, listas de títulos tentativos para sus libros. Todos los escritores las hacemos.

Más tarde. La marcha contra el recorte a la universidad pública es muy grande. Después viajo a Rosario a unas jornadas en la UNR sobre Malvinas. Me traigo para leer en el viaje el Borges de Horacio Gonzalez. También avanzo con Eurindia, la edición de bolsillo en dos tomos del CEAL. Eurindia cumple cien años. En 1924, Rojas expande las ideas de su Historia de la Literatura a toda la cultura argentina y habla de música, folclore, artes plásticas… Hay una relación muy clara entre Rojas y Gonzalez, aunque entiendo, por algunas declaraciones, que, a Gonzalez, Rojas no le interesaba mucho. Quizás no lo haya leído con la suficiente atención. Hay una superficie en Rojas que es idealista y acartonada. Pero apenas uno presta atención es muy parecido a Astrada, a quien Gonzalez descubrió por Guillermo David y que sí le interesaba. La relación Rojas-Astrada es algo para explorar. Claro que en Eurindia el siglo XX no había empezado todavía. Todo era potencialidad y esperanza. Con Archipiélago las cosas cambian. Rojas ve el fracaso de la democracia y sufre la represión. Ese enojo, el del cuativerio y el confinamiento, lo hacen mejor escritor. De todos los escritores de momento es uno de los pocos, sino el único en visitar Ushuaia, hablar de Malvinas e imaginar el futuro de la región.

Miércoles. ¿En qué gastamos el tiempo?

Jueves. Ayer, al final de mi intervención en las jornadas, vuelvo a leer una versión del poema Allegro de Thomas Tranströmer, al cual ya le cambié el título a Haydn. Me gusta mucho el poema y me gusta cómo lo voy cambiando y versionando. En un punto lo simplifico y lo hago más preciso y argentino.