Viernes. Los gobiernos y las patologías de sus presidentes. La viuda, el edípico, el onanista, y ahora solos y solas. Nuestro gobierno de los solos y solas. La sociedad argentina se transformó en una sociedad llena de soledad, llena de personas desconectadas entre sí y conectadas a la máquina. Por eso, donde ellos digan “libertad” debe leerse “soledad”, o sea que ellos militan sus imposibilidades, sus fobias. En un punto, son adictos a su patología. La soledad es una forma de indiferencia, de nosotros hacia los demás y de los demás hacia nosotros. Soledad, indiferencia, negación del amor y su empatía…

Más tarde. Quiero escribir un artículo sobre Argentina y la guerra pero me tengo que poner tremendista y empezar por el principio. Para las naciones desarrolladas, el modelo de acumulación no es la producción de riqueza mediante el trabajo, lo que entendemos por capitalismo, sino que el modelo de acumulación y producción de riqueza es la guerra. Y esto no es solo así en la modernidad, sino casi a lo largo de toda la historia. Si uno acepta eso, enseguida entiende que prohibirle primero a Buenos Aires, y luego a la Argentina, que recupere su integridad territorial virreinal, esto es sur de Bolivia, Paraguay, la Banda Oriental, Malvinas, la salida al Pacífico, fue condenarnos a un segundo plano geopolítico pero también a guerras civiles en el siglo XIX, y a la Lucha Armada en el siglo XX. O sea, no solo las potencias centrales nos prohíben la guerra, la recuperación de territorios que son propios, sino que nos condenan a la pelea intestina, a la larga a la miseria y a la inestabilidad. ¿Eso quiere decir que es o la guerra externa o la miseria? Para la Argentina, parecería que sí. Iría un poco más allá incluso y diría que Buenos Aires, punto de partida de las revoluciones de América, punto central a nivel continental de la emancipación, es la principal castigada. Buenos Aires es la apuesta de ciudad atlántica de la España americana del sur, pero no se le permitió hacer la guerra contra otros y los criollos, obedientes, optaron por matarse entre ellos. La Argentina debería haber comandando la región, el conosur y un poco más, haciéndole frente a la expansión anglosajona. Pero siempre fuimos un poco ingenuos en esos temas, humanistas, iluministas, piadosos... Compramos el verso de la armonía universal… Desde luego, Gran Bretaña y Estados Unidos pueden propiciar enfrentamientos entre naciones limítrofes. Pero en América del Sur eso se dio en el siglo XIX. Luego, una vez regularizada la situación, las operaciones fueron de restringir la capacidad de guerra contra otros. Y por eso se generaron las guerras civiles e interiores que en la Argentina tiene momentos ridículos como el bautismo de fuego de la aviación atacando población civil del propio país en el 55 con la aviación naval bombardeando Plaza de Mayo.

Sábado. Borges, demoledor e ironista de todo. ¿Por qué? Algo muy poco británico, en todo caso. El personaje británico es el Robinson de Defoe, constructor, trabajador, reproductor de una cultura del esfuerzo. O los oficiales que acatan órdenes que no comparten y pelean hasta el final por la Reina y la Corona. Borges no era leal a nada, porque todo caía bajo su poderosa ironía. Era mucho más francés de salón –como una vez me dijo Napo– o el clásico italiano fatalista, que británico. Mucho más cimarrón y criollo que anglófilo. Tampoco lo veo, por más Cábala que cite, ligado al destino judío, el pueblo elegido, responsable, violento, guerrero. Borges jugaba a ser inglés en un medio latino, jugaba a ser judío en un medio católico, clacisista en la modernidad tardoromántico argentina, liberal y anarquista frente al Estado: siempre jugaba a ser otro en su país. El ironista siempre recrea una impostura, que solo él ve y administra. Como buen edípico, cualquier lazo que no fuera ese lazo lo aterraba. Y hablando del tema, mi madre me pregunta si no quiero usar un espacio libre de su casa para armar una parte de mi biblioteca. Es una propuesta rara. Me gusta la idea pero ¿por qué? ¿Qué pasa con sus libros y su biblioteca? Con los míos nada, me dice. Y luego me confiesa que tiene miedo que mi edificio colapse por la cantidad de libros que tengo y que voy comprando y acumulando. Es una vieja idea paranoica de mi padre que ella toma como cierta. Las bibliotecas, llenas de libros pesados, construidas libro a libro, pueden derribar edificios. Le agradezco a mi madre y le digo que se quede tranquila, que los libros que compro y subo a mi departamento en el piso nueve son todos muy livianos.

Domingo. Una soledad que no es lectora. ¿Para qué estar solo si no es para leer?

Lunes. Borges transforma la Comedia en un poema de amor a Beatriz porque no soporta que sea un poema piadoso, católico apostólico y romano. El poeta es eso: un católico. Y el poema es un poema católico. A Harold Bloom, otro anglófilo, judio, también le molesta esa verdad. Lo romano viviendo en la Iglesia de Cristo, los apóstoles compartiendo su verdad. Desde mi piso nueve, resfriado, vuelvo a leer la Comedia.

Más tarde. Hoy queda claro que la coyuntura nos arrastra a la nada.

Martes. No conozco el idioma del poder. Cuando se lo habla adelante mío, escucho ruidos.

Más tarde. Los escritores argentinos siempre tan civiles, tan morales… Lejos del conflicto, rechazando desde su dignidad las confrontaciones y las guerras. Y eso me lleva a pensar que Saer jamás escribió un artículo bueno en su vida y que para Clarice Lispector solo tengo una genuina y transparente indiferencia. Me parece necesario asentar estas impresiones acá.