Lunes. En Internet todo tiende a la pornografía. Se podría hacer un teorema: cualquier espacio llevado al tiempo X, entendiendo por X el tiempo máximo de existencia en la web, se encontrará con su destino pornográfico. Al mismo tiempo, las redes sociales se volvieron la moral de nuestra época. Pornografía y moral en la era de la conexión. Otro personaje contemporáneo: la víctima. La narrativa que despliega es previsible y se permite pocas variaciones. Siempre busca un solo efecto: la piedad y empatía del espectador, nunca su indiferencia o desprecio. En un punto ¿no se trata de un sofisticado ejercicio de chantaje? Es difícil decirlo cuando la víctima –real, constatable– entra en el juego de la victimización. (O cuando el victimario o cualquier otro la acusa de victimizarse.)
Más tarde. Pusimos El bueno, el malo y el feo y mi hijo me dice: “aunque no lo creas, se están hablando con la mirada.”
Martes. Esta democracia liberal, demagógica y basada en la prepotente autoestima progresista, con más de cuarenta años, no estaría dando mucho resultado. Todavía me sorprende que Milei sea presidente.
Más tarde. Le pedí a Meta-IA que creara una serie de imágenes de rinocerontes y submarinos en la Antártida. Leo En tiempo presente de Gustavo Ramírez, un ensayo sobre la actividad sindical del puerto.
Medianoche. Leo una nota de Guillermo David donde dice que frente a la melancolía de la poesía del poeta Guillermo Etchebehere, Alvaro Yunque le escribió una carta donde le decía: “¿Para qué es joven? ¿No le da vergüenza aburrirse y estar triste a los 18 años? Barbusse murió a los sesenta y murió luchando. ¿Y usted qué hace? ¿Se rasca?”
Miércoles. Guillermo me recomienda a Sarobe. Busco un libro suyo que me interesa, La patagonia y sus problemas. Lo encuentro en Mercado Libre, llamativamente barato. Lo compro. La entrega es en Flores, cerca de casa, a unas diez o doce cuadras, a metros de la autopista A1. Le escribo al vendedor. Me pasa un teléfono. Llamo. Me dicen que ahí no es. Le vuelvo a escribir. Me cita para las cuatro de la tarde. Voy caminando. Llego puntual. La casa está en la esquina. Tiene una reja. Toco timbre una vez. Espero. Toco timbre otra vez. Sale un hombre mayor, en bata. Me presentó. El hombre asiente. Sí, tiene puesta una bata azul. Pienso que me va a traer el libro, me lo va a dar y me voy a ir. Pero no. El hombre abre la reja, me hace pasar. La cierra. Abre la puerta de la casa, me hace pasar a un hall. El piso es de madera, muy pulida. El hombre cierra la puerta de calle. Me hace pasar a una biblioteca. Es una habitación de unos ocho metros cuadrados, llena de libros, muy bien ordenados. El hombre me pide que me siente en un sillón de tres cuerpos. “Voy a prender la estufa porque hace frío” me avisa. Después, me trae el libro de Sarobe. “Fíjese bien, ¿está bien, no?” Le digo que sí. Y entonces el hombre se sienta en su sillón y dice: “Mi nombre es Héctor Peitado, nací en 1938. Tengo ochenta y cuatro años. ¿Le interesa la Patagonia?” Le respondo que sí. En cinco minutos me entero que Don Héctor está sordo, es coleccionista de revistas de aventuras de la década del 40 y el 50, que fue docente de primaria, profesor de historia, alumno del Mariano Acosta y del Instituto Santa Catalina, que vende los libros baratos porque tiene muchos, que odia Mercado Libre porque le cobra demasiada de comisión y que no le gusta ir al correo a despachar los envíos. También que su mujer es maestra de piano y que él empezó a estudiar música de grande, a los cuarenta años, y que todos los días toca un poco. Media hora después ya sé que que tiene recuerdos del primer peronismo, que le ofrecieron trabajo en el Museo Histórico pero que él prefería dar clases en un colegio de La Boca y que le gustan los libros sobre la Segunda Guerra, sobre todo, los de uniformes. El padre de Don Héctor era gallego y había trabajado en el Chaco y en Formosa. Nos pasamos unos cuarenta y cinco minutos así, y cada tanto me pedía que hablara más fuerte porque no escucha bien. Hablamos de la revista Más allá, que me mostró la tiene completa. “Una de las pocas colecciones completas de la Argentina” me dijo. Cuando me fui, tuve una sensación muy puntual de haberme visitado a mí mismo en el futuro. Mavrakis diría el fantasma de las navidades futuras. Le comenté la excursión a Celia y me dijo que ponía los libros baratos para tener con quién charlar. O más bien, alguien que lo escuche. No me pareció inverosímil ni mucho menos bochornoso.