Lunes. Si a la hora de escribir no sabés qué hacer, ayuda poner un marco dentro de un marco.
Más tarde. En Buenos Aires empieza a hacer un calor de verano. Me gusta. Me dan ganas de escribir, de volver a la rutina del aire acondicionado, de andar descalzo.
Martes. Mauricie Halbwachs: “el hombre aislado es una ficción. No es posible recordar si no es con otros.” ¿Una ficción? Hubiese preferido la palabra mentira.
Más tarde. Semana pasada. Participo de las segundas Jornadas Astrada que este año se organizan en la UNIPE. La sede, en la calle Piedras, es muy linda. Leo unas páginas sobre Astrada y la Antártida. En la mesa siguiente Acha propone desperonizar a Astrada. Lo hace de una forma sutil. Me opongo a esa lectura. “Pero es mucho más rico que eso” me dicen. Me vuelvo a oponer. Es una mirada liberal, gorila. No digo esto, ni de esa manera. Digo que a Astrada hay que instrumentalizarlo. (No a él, sino a todos los filósofos.) De hecho, mi ponencia iba en ese sentido. Usar a Astrada para sondear y avanzar sobre la Antártida argentina. (Es curioso porque siento que se me escucha cuando hablo. ¿Será porque estoy viejo?)
Miércoles. Compro libros a 500 pesos en la librería del barrio. Una vieja biografía de Byron, una edición de La gloria de Don Ramiro de Centro Editor, y también de Centro Editor, El Agua de Wernicke. Leo un artículo de un tal Portelli sobre la Italia fascista. ¿Qué es esto? Una sarasa sobre la memoria, sin fuentes, donde el autor se sorprende de que haya reivindicaciones por derecha en la Italia de ayer y hoy. Se entiende que el artículo es sobre la memoria pero el que no puede recuperar la memoria que analiza es Portelli y no se da cuenta de que su ideología es su obstáculo epistemológico infranqueable.
Más tarde. El subte genera muchas fantasías. Pero ninguna imaginación puede superar la idea de que el hombre viaja bajo tierra. La idea de viajar bajo tierra como parte de una rutina es muchísimo más extraña y muchísimo más ajena al hombre que la de viajar por abajo del agua. Casi diríamos que el agua es un medio natural para el hombre. Venimos del agua. Fue en el mar donde se creó la vida. Pero adentro de la tierra, ¿qué se creó? ¿Qué ponemos adentro de la tierra? Ahí ponemos el infierno, el averno, la parte que no se quiere ver, la parte de los condenados, de los muertos, de los que ya no pueden cambiar de estado. Cualquiera puede nadar bajo el agua unos metros aguantando un poco la respiración, pero nadie puede nadar o caminar o moverse por adentro de la tierra. Ese viaje, sin una tecnología pesada, ni siquiera comienza.
Jueves. En las jornadas, Darío Pulfer, que leyó con Prestía una ponencia muy buena sobre una de las revistas en las que participaba Astrada, me recomendó a Homero Guglielmini. No era estrictamente un filósofo, sino un ensayista más cerca de la crítica de libros. (Lo cual enseguida me genera empatía.) Compré Fronteras de la literatura argentina por Mercado Libre y me llegó ayer. Guglielmini daba clases en la UBA y Pulfer me dijo que Viñas no lo quería. “Bien –pensé–. Eso ya es una especie de recomendación.” Pienso el subte como una frontera interna. O una frontera de abajo. Dante hizo un viaje vertical. Astrada y tantos otros insistieron en el viaje o, al menos, la perspectiva horizontal. La ciudad nos saca de esas coordenadas planas y nos hace subir y bajar. Escribo esto desde un piso noveno, un número que no nos desorienta.