Lunes. Martín Prestía que descubrió que en el Normal 4 Estanislao Severo Zeballos, con el primer peronismo, se hablaba de la Antártida Argentina. Me pasó unas capturas de una vieja revista llamada Guía quincenal de la actividad intelectual y artística argentina (Año 1, número 13, oct. 1947) donde se hace una breve crónica del evento. Al parecer, la profesora Primavera Acuña de Mones Ruiz se lució con una conferencia que reivindicaba los derechos antárticos argentinos, elogiando a la Armada y a las otras fuerzas y destacando el trabajo de la Comisión Nacional del Antártico. También habló el teniente de navío Eduardo Salgueiro. Hice desde el preescolar hasta quinto año del secundario en ese colegio que no fue el mejor colegio posible. De hecho, fue bastante malo. Pero tenía el Parque Rivadavia al lado y aprendí mucho en la feria de libros del parque. Pese a todo, la historia siempre te da sorpresas. El normal 4 no aparece mucho en la literatura argentina. Casi diré nada. David Viñas lo menciona al pasar en su cuento sobre Buenos Aires como “la capital socialista de América Latina.” Debería chequearlo.

Más tarde. Un titular de Infobae: “Se autopercibe mujer, está acusada de violencia de género y violó y embarazó a una presa en la cárcel.” Alcanza con esa línea para armar la historia. ¿Es una historia de amor? Ese sería el desafío. No toda historia de amor es una historia carcelaria pero ¿quién no hizo la asociación alguna vez? Si nace varón, qué protagonista tendríamos. Cuenteme de su entorno familiar. “Mi papá se autopercibía mujer y violó a mi mamá en la cárcel. Después nací yo.”

Martes. Hago un relectura rápida de La fiesta del monstruo. Por momentos parece escrito por un adolescente. La frase que más me gusta es: “Calculate, Nelly, qué tarro el último de la fila ¡nadie le shoteaba la retaguardia!” Es notable cómo ni Bioy ni Borges pudieron darle una respuesta más o menos inteligente al peronismo. Creo que los tomó por sorpresa. Cuando el peronismo terminó, ellos todavía no entendían qué había pasado. La figura del monstruo siempre tiene un pliegue más. El que lo señala, lo ve, lo denuncia y lo reconoce, exhibe, al mismo tiempo, cierta monstruosidad.

Miércoles. Estuve revisando las fotos que saqué en Isla Decepción a principios del 2023 y encontré algunas que nunca había mostrado y me gustan. En una se ve la proa del Irizar con nieve y en el fondo la entrada al mar interior de la isla. La luz antártica parece darle la bienvenida al buque y señalar el paso entre las dos puntas. La otra es el cartel de la base donde, como es una base fundada por la Armada, hay un homenaje a los caídos del ARA San Juan. Napo me recomienda Cántico a San Leibowitz de Walter M. Miller jr. Lo compro por Mercado Libre y lo voy a buscar en bicicleta a una librería de Vicente Lopez. Aprovecho y compro una edición barata de 20.000 leguas de viaje submarino. Después leo una nota en el IG de una revista de ciencia: “Investigadores de la Universidad de Cornell han desarrollado robots bio híbridos controlados por hongos, una innovación que combina robótica y biología.” Al parecer, estos robots, que no tienen forma humanoide, sino que parecen repuestos de autos usados, pueden caminar y reaccionar a estímulos ambientales, como la luz y los cambios de temperatura. La nota dice que este proyecto abre “nuevas posibilidades para el desarrollo de robots sostenibles que podrían aplicarse en la agricultura y el monitoreo ambiental.” Las interacciones entre sistemas biológicos y tecnología son muy viejas, pero tratándose de hongos, la escala en los robots marca una novedad. Antes, la película contaba cómo el hongo mutaba y se convertía en una amenaza para la humanidad transformando a las personas en zombies. Ahora van a ser hongos robots los que nos van a transformar en zombies. Conozco el estribillo.

Jueves. ¿De dónde sale tanta ansiedad? Flaubert se reía de Maupassant porque se sentaba todos los días en un pupitre a escribir, como un escolar. “¿Por qué hay algo y más bien nada?” La traducción estrangula un poco el castellano, lo fuerza. Es una torsión sutil, pero está. ¿Cómo diríamos en el español del Río de la Plata? Diríamos: “¿Por qué hay algo y no hay nada?” Tampoco suena preciso. Arriesgo otra: “¿Por qué hay algo en lugar de nada?” Esa me gusta más. La pregunta, en realidad, es “¿por qué hay algo?” La nada nos rodea. Está en todo lo que hacemos, pensamos y sentenciamos. Das problem des Nichts.

Más tarde. Todo lo que escribo surge de mis imposibilidades y las refleja. ¿Por qué hay mar en lugar de nada? Conozco el estribillo.