Viernes. ¿Por qué hay amor y no hay nada?

Sábado. Viajo a Las Heras por el fin de semana. Comprendo que la ciudad de Buenos Aires no es la periferia de nada. Más bien es el centro de todo. Apenas llegado, mientras ponía en orden la cocina, recordé que la primera vez que visité el rompehielos ARA Almirante Irizar me pidieron que lea un poema en voz alta. Más tarde. ¿Cómo escribiría una Breve historia privada del futurismo italiano?

Domingo. Las primeras Star Wars funcionan porque son muy freudianas. Las más nuevas resultan malas por positivistas y biologicistas. La modernidad podría  escribirse analizando esta línea de Alicia: “¡Primero la sentencia, después el veredicto!”

Más tarde. Carmelo se fue con la madre a andar en bicicleta. Me quedo con mi hermano y su hijo que juegan a las cartas y me meto solo en la pileta. No, antes  paso un rato leyendo, escribo algunas lìneas, y sin buscarlo se me ocurre un proyecto de la nada. Un proyecto difícil pero realizable. Con eso en la cabeza, que es  una de las formas de la alegría, me sumerjo en el agua. No hay sol. El cielo está despejado pero ya son más de las seis de la tarde. Nado en silencio.

Lunes. Martín Kohan en una intervención de IG, una entrevista quizás, hecha por la revista La Balandra dice: “Se me dificulta pensar cómo transcurre la vida  entera de una persona que no lee en absoluto. Los libros son tantos, la literatura es tan diversa que me parece verdaderamente imposible que alguien no pueda  encontrar un tipo de placer lector, me cuesta ver una verdad en la declaración a mí no me gusta leer, estoy segurísimo que esa persona no dio con el tipo de texto y literatura que le va a dar placer.” La sentencia me suena demagógica. Dice lo que todo lector más o menos dedicado quiere escuchar y borra zonas más  espinosas de la vida de un lector menos ingenuo y más atento. Pero tengo la sensación de que él realmente cree en eso. O sea, está convencido. Desde ya, esa  militancia, ese placer del que habla, resulta insustancial en muchos sentidos. Por un lado –carencia evidente de su posición–, no puede imaginarse a un otro. Lo  subraya todo el tiempo. Es enfático. No es una interpretación mía. Se presenta, más bien, como una confesión. Kohan es tan egocéntrico, tan catedrático, que no puede imaginarse un bombero, una masoquista, un aviador, un ladrón, una ninfómana, un niño, un médico, un borracho, un millonario, una adicto a los videojuegos, una madre, un militante, un escultor, un ciclista al que leer no le interese ni le depare placer. Es decir, un otro –otra persona– que elija usar su  tiempo y procurarse placer de otra manera. (Cuando se entra en la dimensión del cuerpo, de la experiencia, o para el caso, de otro sistema de signos, como la  astrología, la matemática, la música o la programación, es difícil no relativizar, al menos un poco, el muy pregonado placer de la lectura…) Pero también Kohan  niega la poderosa capacidad alienante de lectura que ya señalaba Montaigne, entre otros. La lectura es parte de una enfermedad neurótica, anula la dimensión de la experiencia, es sedentaria y puede ser destructora. Kohan no logra imaginarse el placer fuera de sí mismo… Por momentos parece que va a preguntar: ¿Cómo  puede ser que alguien no obtenga placer de la lectura, de la lectura, por ejemplo, de mis libros? Y después de todo, para el caso, se podría decir lo mismo de  cualquier actividad.

“No me imagino a alguien que no le guste coger…”
“No me imagino a alguien que no le guste escuchar música…”
“No me imagino a alguien que no le guste cocinar y comer…”
“No me imagino a alguien que no le guste autoflagelarse…”

Al final el problema de Kohan es la imaginación. Más bien su falta y una mala o nula capacidad de exploración. Cuando dice “Se me dificulta pensar cómo transcurre la vida entera de una persona que no lee en absoluto”, bueno, creo que alcanza con salir a la calle para ayudarse con eso. Desde luego, la trampa del laberinto de la afectación es que siempre propone el mismo recorrido.

Martes. Murió Beatriz Sarlo. Después del acto escolar de fin de año de Carmelo, la recordamos con Celia tomando unos mates en la cocina de la casa de Aranguren. Por la tarde, encuentro en mi teléfono una foto que le saqué a la carta de Rock Steady, el rinoceronte malvado de las Tortugas Ninjas. Las hijas de Robles habían conseguido el mazo de cartas como parte de un almuerzo en Burger King. Las miré un rato cuando estuve en su casa. Me parecieron muy bien  logradas.