Sábado. En la facu te dicen cómo debería ser, pero nunca te cuenta cómo es, simplemente porque no saben.
Más tarde. Me senté en la computadora a revisar algo que había escrito. Me di cuenta que tenía sed. Afuera hacían veinticinco grados y en mi departamento quizás un poco más. Así que pensé “voy a ir a buscar una botella con agua fría.” Pasaron diez minutos y no me había levantado. Pensé en el agua otra vez. Pero no me levanté y pasaron diez minutos. Así estuve una hora. Y luego media hora más. Ahora mientras tomo agua pienso que tengo que lavar los platos.
Domingo. El peor defecto de mi madre es la impaciencia. Es impaciente para las situaciones más triviales –pagar en la estación de servicio, o en cualquiera lado, esperar un vuelto, ser atendida en un café, que alguien termine de cerrar o abrir una puerta– y es de una paciencia infinita para otras actividades como, por ejemplo, escuchar a sus pacientes y leer los más densos textos del psicoanálisis. Desde luego, estas dos formas están relacionadas. En el almuerzo familiar del sábado, citó a Lacan sobre la Segunda Guerra Mundial diciendo que el soldado debe desertar si tiene la voluntad de hacerlo. O algo así. Y yo: “Pero ¿qué sabe Lacan de la guerra?” La guerra es mi terreno. Mi madre se indigna. Insisto: “Hablás de Lacan como si fuera el Papa.” Se levanta y se va a la cocina desde donde sigue argumentando casi a los gritos. Con vos no se puede hablar. Le vuelvo a negar la posibilidad de desertar. Ella intercala frases en alusión a la guerra de Rusia con Ucrania. Luego dice que los diputados hacen uso de su derecho a desertar cuando deciden no ir a la apertura de las sesiones legislativas. Le digo que eso no es desertar, que ese es un derecho que ejercen, el de no ir. Desertar no es un derecho, es un delito. Bueno, con vos no se puede hablar. Hace algunos años no me hubiera animado a responderle ni la mitad de las veces. (Por si no queda claro ella piensa que si un soldado deserta está bien, incluso está en su derecho de hacerlo, y yo pienso que es más complejo, pero en última instancia que está mal o que está muy mal. Sorpresa, yo resulto ser más socrático que ella.)
Lunes. Mucha humedad en la ciudad de Buenos Aires. Lluvia, frío, calor, lluvia, más humedad. Hoy retomo mis clases. Las doy por zoom. Es cómodo. Hablamos de cine y literatura. Digo que Flores rotas la entiendo como una secuela de El día de la marmota. El meteorólogo perdió a Andy McDowell y sale a buscar ese amor de juventud. Comentamos Coffee & cigarettes de Jarmush por los diálogos. Y para la clase que viene tenemos que ver Pulp fiction y leer Los asesinos de Hemingway, por diálogos y trama. A la noche, escucho Solo Monk, el disco donde Monk toca solo.
Más tarde. Hoy a la noche, cena, muy temprano, en un restaurante japonés de Palermo. Todas las luces son rojas. Saqué fotos. ¿Para qué? El lugar a esa hora estaba vacío. Tomé nota mental de cómo sería filmar ahí.
Martes. Mañana viajo a Tierra del Fuego. Los preparativos me desagradan. Hacer la valija, el bolso, no olvidarme nada… (Hacen cinco grados allá, pensar en ropa de invierno ahora me cuesta.) Me las arreglo para suspender todo y leer el Apocalipsis de San Juan, directamente desde la computadora. “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existía más. Vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que descendía del cielo, entregada por Dios, hermosa como una novia preparada para recibir a su esposo. Y entonces escuche una voz potente que decía: “Esta es la casa de Dios entre los hombres: él vivirá con ellos y ellos serán su pueblo, y todos existirán juntos. Él secará sus lágrimas, y no habrá más pena, ni queja, ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron. Yo hago nuevas todas las cosas. Estas palabras deben ser escritas porque son verdaderas. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, yo le daré de beber de la fuente del agua de la vida. El que triunfe heredará esto, y yo seré su Dios y él será mi hijo.”