Lunes. Dos hipótesis sobre El Aleph. 1) Borges no encuentra El Aleph. Lo que ve es un espejo, que lo aterroriza porque le devuelve el comienzo de su psicosis. 2) El Aleph no muestra el universo sino el futuro. Borges ve las redes sociales y las confunde con el universo.

Más tarde. Leland Sklar, un bajista ya legendario, instaló un interruptor en su bajo que no hace nada. Al parecer, él lo llama el interruptor del productor. Cuando un productor le pide un sonido diferente, él activa el interruptor frente al productor y sigue tocando. Sklar asegura que este placebo le ahorró muchísimos problemas en su larga carrera como sesionista para gente como Phil Collins, Toto, The Doors y Lyle Lovett, entre muchos otros. Creo que el interruptor del productor funciona en el bajo pero también en otros instrumentos y otras situaciones y personas.

Martes. Llega un momento en que la lectura y la escritura compiten por el tiempo y la atención. El escritor debe elegir.

Más tarde. Al final de toda vanguardia nos espera el nazismo.

Miércoles. Hoy, sin motivo aparente, recordé una anécdota de la campaña del desierto. Terminada la batalla y Roca, vencedor, llega, al trote, a ver a los prisioneros. Los indios están sentados, lastimados, con la cabeza gacha, vencidos. La derrota los humilla y también los sorprende. Ellos que eran los dueños del desierto se ven superados, reducidos… Roca desensilla y pregunta cuántos son los prisioneros. “Muchos” le contestan. Roca da la orden de diezmarlos. Que maten a uno de diez como lección y a los otros que los suelten. Un capitanejo se queja y le dice “por el mismo precio mejor los matamos a todos, señor.” A Roca le parece excesivo. Pero un joven oficial de caballería intercede y le avisa: “Pasa que los muchachos no saben contar, mi general.” Listo. Decisión tomada. Los pasan por las armas a todos. Qué diezmo ni mariconadas.

Más tarde. Borges ve Instagram, ve Tik Tok, ve YouTube, PornHub, Tube8. Esa pantalla lo erotiza. Y ve a Beatriz Viterbo en RedTube y se maturba en el sótano de la casa de Constitución.

Viernes. Ayer invitado por Godoy formé parte de la entrevista pública a Anibal Buede. Todo fue muy agradable y en un entorno de amistad, pero desde luego a mí me tocó el papel del crítico, que siempre es un poco el malo, el que viene a enfriar, a condicionar, a matar la verdad de la experiencia, a embalsamar. (En algún punto Buede hace que su gente sienta algo intenso y yo venía a racionalizar eso. Se sabe la gente que está en el campo del arte es quisquillosa.) Me sentí incómodo con ese rol un par de veces pero Buede estuvo muy bien, mostró fotos y contó un poco su historia y sus obras. (Lo que realmente no me gustó es que todo el tiempo se presentara como un estafador, alguien sin talento, sin procesos afirmativos, que todo para él fuera engaño, equívoco, desperdicio. Insistió con el equívoco, una y otra vez, durante toda la entrevista. ¿No es esa sorpresa una afectación juvenil? Buede debería dejarse elogiar. Hace décadas que comparte y enseña –aunque él no lo acepte y lo combata–. Es hora de que acepte los elogios, el cariño de los que lo admiran.) Hoy leo que el 29 de marzo del 37 anduvo en submarino Agustín P. Justo que era, en ese momento, presidente de la Nación. Eso lo convierte en el primer presidente argentino en visitar un submarino en navegación. Al parecer la inmersión, duró cuarenta y cinco minutos y presidente y tripulación, más edecán, senadores y ministros, llegaron a bajar cuarenta y tres metros de profundidad. Según me cuentan algunos submarinistas de un grupo de Facebook, Alfonsín visitó un TR, aunque no encuentro información de esa visita en la web. De Justo hay una foto, donde se lo ve al lado del periscopio. Se me ocurre otra pregunta: ¿cuántos presidentes argentinos leyeron El Aleph de Borges? ¿Cuántos lo entendieron? ¿Quién de ellos vio El Aleph y cómo era? Todos tenemos nuestro Aleph privado. Algunos deciden narrarlo. Otros lo dejan ir, como una televisión en mute.