Lunes. Preparamos con Matias la edición de mi nueva novela. En un momento, me recomienda Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro. Le digo que no lo leí. Me manda una edición digital. Lo abro y leo: “Vivimos en un mundo ambiguo, las palabras no quieren decir nada, las ideas son cheques sin provisión, los valores carecen de valor, las personas son impenetrables, los hechos amasijos de contradicciones, la verdad una quimera y la realidad un fenómeno tan difuso que es difícil distinguirla del sueño, la fantasía o la alucinación.” El libro es del 75. Como yo, tiene cincuenta años. ¿Cuándo fue que las palabras dijeron algo, entonces? ¿Hace cuánto que vivimos inmersos en un espejismo que es la tecnología, que al final es Internet? ¿O en realidad el problema somos nosotros, nuestra hueca y recurrente melancolía?

Más tarde. Leticia Martin publicó una columna en Perfil que se titula “Nadie lee nada.” En esa columna denuncia que el diario Perfil no le paga hace un año y deja entender que sus editores publican lo que ella les manda sin leerlo. La columna se publica, en la web y en papel, y después, cuando alguien descubre lo que dice –efectivamente cuando alguien lee la columna– la levantan de la web. Pero ya es tarde. En las redes sociales circulan todo tipo de versiones. Quizás el problema central del periodismo sean los mismos periodistas. No descubro nada con eso. Al parecer, Metallica tocó el 7 de mayo en el Lane Stadium de Virginia Tech para sesenta mil personas con un protocolo de seguridad conocido como Overwatch que incluye francotiradores en los techos para prevenir, especialmente en campus universitarios, que un loco entre a los tiros. Fuego contra fuego. Pero who watches the watchmen? (Las tropas de ocupación de Estados Unidos, para que el círculo cierre, escuchan Metallica.)

Martes. Veo El amor menos pensado, una comedia romántica hecha en Argentina, estrenada en el 2018. Está muy bien. Nada sobresale demasiado, lo cual en el género es positivo. Ricardo Darín y Mercedes Moran tienen un hijo que se va a estudiar a Europa, y entonces deciden separarse y viven las aventuras de los separados. Podría pasar por una película más, pero los diálogos son muy cuidados y eficientes, y tiene un manejo de la elipsis que sorprende. En algún punto se trata de una película raramente virtuosa. Me hubiera gustado otro final, y no ese reencuentro medio bobo. Pero me quedo con el manejo especial de la síntesis en la construcción de parejas, donde no hace falta ninguna escena de seducción o presentación. La escena en el bar con el encuentro de la aplicación de citas es bastante conocida, y sí, está muy bien. Me sorprendió encontrarla, y me sigue sorprendiendo que escriba esto sobre una película así, que aspira con tanta decisión a ser industria. El tema es que lo logra. Y creo que eso es positivo. También veo un documental, excelente, sobre el grupo de rock El Reloj. Entrevistas, material de archivo, armado cronológico claro, información. En lo formal es el paradigma de lo que debe ser un documental. Y después, claro, está la singular historia de una banda que no tuvo la fama que merecía, y que ahora vuelve a ser escuchada porque sale en El Eternauta. Hay justicia en eso.

Miércoles. Escribo a escondidas de mí mismo. O sea, escribo una novela, pero me digo a mi mismo que no estoy escribiendo, que no voy a tener continuidad, que puedo parar y desechar todo, o guardarlo, o detener la escritura en cualquier momento. Para mi yo superficial no estoy escribiendo una novela, sino que anoto en un archivo algunas cosas a futuro. ¿Por qué hago esto? ¿Por qué me muevo como un adicto? Porque cuando asumo en toda su dimensión la neurosis del novelista, esa forma de la obsesión creativa, me lastimo. Es un proceso sofisticado que implica dosis importantes de autoengaño, dolor, entrega y placer, un verdadero suplicio masoquista de sumisión. En algún momento lo asumiré, pero por ahora escribo a escondidas, como un ladrón de gallinas que entra de noche al gallinero y solo roba huevos.

Jueves. En uno de esos videos cortos, de apenas unos segundos, que Instagram te hace ver aunque no quieras, me apareció, entre un lodazal de idioteces, Erri De Luca hablando con un grupo de jóvenes. Hablaba en italiano y decía cosas muy simples. Por ejemplo, que cuando leemos de forma habitual empezamos a comunicarnos con palabras mejor elegidas, con las que tenemos una relación más íntima, y que si uno quiere dedicarse a escribir, lo mejor que puede hacer es escribir mucho. (Son consejos bastante buenos y previsibles, pero encierran felicidad, como dice Erri, y también desiertos de miseria. No me olvido.) Después, Napo me hace escuchar a Charles Ives. No lo conocía. La música también genera obsesiones, pero son más livianas. (Napo que toca no estaría de acuerdo. Al final, la condena parece estar en la manualidad, en las manos, en lo que hacemos con las manos cuando obedecen a la cabeza.)

Más tarde. Llevo a Carmelo al Parque Rivadavia y sin pensarlo mucho le saco una foto a un viejo cartel de la ya extinta Municipalidad de Buenos Aires. El cartel avisa a los viandantes del nombre del parque. Alguien se tomó el trabajo de escribir “contra” sobre las letras blancas, lo cual describe bastante bien el espíritu del parque. Atrás se ven las palmeras. No siempre somos nosotros los que vamos a los lugares. Muchas veces los lugares y su clima nos buscan y vienen a nosotros con una insistencia que sorprende.