Jueves. Releo Los hombres huecos en la primera mañana del jueves antes de salir. Pienso que nuestro coronel Walter E. Kurtz fue David Koresh. In our dry cellar…
Sábado. Conversación con Napo sobre robots, una vez más. Él se pregunta: “¿Cuándo se dará la primera matanza de hombres por robots?” La pregunta viene porque encontramos un video donde un hombre con un palo entrena un robot en algo que parecen ser artes marciales. Napo se entrega al gore diciendo que los robots van a desgarrar la carne en formas que no podemos ni llegar a imaginar. Y luego describe la falibilidad de cualquier tipo de botón de control. Tiene razón cuando dice que podemos controlar a un robot que hacemos nosotros pero ¿cuánto podemos controlar a un robot hecho por un robot? “Ahí caen todos juntos los mitos griegos” dice él. Y es verdad, siempre la tecnología y sus actualizaciones relanzan la cultura mítica grecolatina. “Lo voy a escribir así” le aviso. “Está bien, no soy yo el que aparece en tus notas” me responde. Noticia: “El avance de una masa de aire polar sobre el país generará un descenso significativo en las temperaturas, con mínimas que podrían llegar a los 4 grados bajo cero en el centro y norte del país…” Otra: “Descubierto un submarino estadounidense notablemente intacto que se hundió frente a las costas de San Diego hace más de 100 años.” Empieza el invierno en Buenos Aires, aparece un submarino perdido, más o menos lo de siempre. Me paso parte de la tarde, desconcentrado, viendo fotos de aviones, buques y otras máquinas del siglo XX encontradas en diferentes fondos marinos.
Martes. 3 de junio. El primero de junio celebramos el cumpleaños de Manuel Belgrano y en su honor también el Día del Soldado Argentino. Más allá de su labor política, Belgrano participó de la defensa de Buenos Aires en las Invasiones Inglesas, peleó en Paraguay, condujo con éxito e inteligencia la batalla de Salta y el Éxodo Jujeño, una operación militar de extrema importancia y complejidad, vital para la lucha por nuestra independencia. Belgrano no era militar de carrera sino abogado, pero eso no le impidió, como civil, adaptarse a su rol de jefe militar cuando las circunstancias lo pusieron frente a esa responsabilidad. San Martín lo reconoció estas palabras: “es el más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en cuanto a milicia, pero créame usted que es lo mejor que tenemos en América.” Mucho tiempo después, en 1982, pero también peleando una causa justa, miles de argentinos, que no eran militares de carrera sino jóvenes que servían a la patria haciendo el Servicio Militar Obligatorio, enfrentaron a Gran Bretaña. Civiles que pelearon entonces como militares en la recurrente lucha por la independencia.
Más tarde. Pasé por Corrientes y le hice a Federico Marcel un relevamiento de saldos y usados para su librería de Ushuaia. Terminé comprando varios libros: la edición de bolsillo que sacó Tusquets de Tempestades de acero de Jünger, un librito de Alain Badiou sobre teatro y filosofía, y una selección de algunos ensayos de Montaigne, del 2015, traducidos por Joan LLuís Linás. Voy terminando y disfrutando Tokio ya no nos quiere de Ray Loriga, novela dinámica, snob, empalagosa y muy bien escrita sobre el martirologio del recuerdo, el placer y lo que perdemos cuando parece que encontramos lo que estábamos buscando.
Miércoles. El novelista trabaja con voces imaginarias. Sus personajes hablan en su cabeza. Empiezan un parlamento, se equivocan, el novelista los corrige. Así se desarrollan los diálogos. En un futuro próximo, el novelista va a consultar sus decisiones con un robot y así irá perdiendo su profesión, y luego su vida.
Más tarde. Las armas no se entregan. Nunca hay que entregar las armas. Esa es la peor derrota.
Jueves. Un alemán construyó un teclado que por cada nota tocada dispara una bala de pintura. Luego, buscó voluntarios que se pararan frente al piano, los microfoneo y amplifica sus gritos de dolor. Las bolas de pintura generan un pequeño impacto. No son peligrosas. Los voluntarios van protegidos en los ojos con lentes, o en la cara con máscaras, y en el cuerpo con prendas duras. Alineados parecen un pelotón de un mundo apocalíptico. El pianista tocó algunas notas al azar y luego algunas escalas y comprobó que por cada disparo se generaba un impacto y a ese impacto le correspondía un quejido de dolor. Jugó un poco con el teclado y los sonidos de los voluntarios y al final tocó una canción que surgió del ligero dolor producido en los voluntarios. La canción era breve y muy simple y demostró, una vez más, que todos los experimentos estéticos terminan en el nazismo.