Jueves. Abril y mayo de este año, el Museo Malvinas ofreció a su visitantes una colección de camisetas de fútbol que tenían alguna referencia a las islas. Todas eran del ascenso. Había algunas con las islas como logo, otras, consignaban el nombre de un caído en la guerra. Una tarde que vino un amigo a visitarme, nos quedamos mirando la de San Martín de Burzaco. Primero porque es muy linda pero, también, por el nivel de detalle con el que presentaba las islas y como el que la diseñó transformó las cruces de Darwin en un entramado que aparece en segundo plano pero, en seguida, se hace muy presente. En todo el museo, no hay ni siquiera un mapa de las islas. No sé por qué. Así que usamos la camiseta de San Martín de Burzaco para ubicar accidentes geográficos, montes, islas e islotes. La muestra, que era temporaria, se levantó hace poco. Y el museo volvió a quedarse sin mapa. Pero ahora si me preguntan, yo digo que, aparte del club de mi barrio, también soy hincha de San Martín de Burzaco. Aguante el ascenso. Aguante la primera B. Las Malvinas son argentinas. Y los clubes y las hinchadas del ascenso lo saben.
Viernes. Cuando no tenés ganas de escribir, parece que nunca más vas a tener ganas. A veces es cansancio físico, a veces es aburrimiento frente al espejo. Un poco de gusto a ceniza en la boca, las tareas se hacen pesadas, no hay motivo para escribir, no tiene sentido hacerlo. A veces, uno se sobrepone y empieza, y entonces, si todo va bien, las cosas pueden funcionar. Sin embargo, lo contrario es mucho más gratificante. Esos momentos donde sí tenés ganas de escribir, donde estás inspirado, donde las notas manuscritas se van ordenando en el procesador de texto, donde ves qué vas a decir, cómo lo vas a decir y también imaginás al lector y te ves a vos mismo corrigiendo y mejorando esas palabras... Eso es lo que todo escritor busca. Dicho esto, creo que hay que respetar los momentos en que no hay ganas, no hay deseo. No sé por qué. Quizás se deba a que yo ya escribí una buena cantidad de páginas y ya no tengo esa necesidad joven de ensuciar, de juntar, de acumular. Tal vez esté un poco menos ansioso.
Más tarde. El miércoles pasado a las cuatro de la tarde fui en subte hasta el Museo del Libro y de la Lengua y visité la muestra dedicada a Fogwill. Me gustó reencontrarme con esos libros y ese personaje. Los herederos de Fogwill donaron papeles y materiales al fondo de la Biblioteca Nacional y lo que se expone es a la vez íntimo y privado. Enseguida me di cuenta de que la muestra, esa concentración de temas y estilos, me inspiraba. Cartas manuscritas, notas mecanografiadas, postales, fotos, libros, borradores. Y los temas de Fogwill: una ligera erudición, el mercado, el marketing, el punk, Malvinas, las diferentes formas y teorías de la novela, la política mundana, el mar, el agua, la aventura, la experiencia. Quizás faltaron libros sobre Fogwill, pero, al final de todo, estaba el cálido y lento deber del narrador de ser contemporáneo de uno mismo. Abajo, en la sala subterránea del Museo, había una muestra sobre Kafka, mucho menos interesante. Se cumplían cien años de algo, supongo que de su muerte. No me gustó nada. Dibujos, libros, elogios lavados. Lo único que me gustó fue un cartel del Goethe Institut que recibía al visitante con tres palabras Sprache. Kultur. Deutschland. Bajé y como bajé subí y volví a Fogwill. Me detuve en una hoja mecanografiada que asomaba apenas y donde se podía leer un título “Reconocimiento de un humanista al magisterio borgeano.” Luego “de E. S. a María Kodama” y enseguida un comienzo: “No somos Borges, nadie es Borges, ni él debió haber sido Borges si fue fiel a sí mismo. Con esa intermitencia borgiana entre uno y otro, la carencia de identidad se revela al que escribe al revelarle que ni es él, ni vive.” Lo mejor de la muestra es, lejos, la carta que le manda Leonardo Favio a Fogwill fechada en 1983. Quizás más adelante la copie entera. Después me encontré con Godoy y en el auditorio Borges, sí, participamos con Gustavo Miguez de una mesa sobre literatura antártica.
Sábado. Apareció un archivo de video corrupto que no se deja dominar, ni enviar, ni copiar. ¿Por qué? Misterios digitales. Perdí todo el viernes a la noche con eso y terminé muy atravesado. Me fui a dormir frustrado con la tecnología. No es la primera vez ni será la última.
Más tarde. Si uno compila los autores que Piglia y Aira leen, y dicen que leen, muchas veces son los mismos. Arlt, Borges, Kafka, Joyce… Ningún escritor argentino parece captar la banalidad de un Kafka, su tontera, su fobia, su aburrimiento. ¿Por qué? Solo a Carlos Godoy en la Escolástica le leí una crítica. (Y una crítica muy certera y atinada.) Por otra parte, es notable como César Aira aparece hoy como un escritor ineludible y central del campo intelectual argentino. Eso quiere decir que ya está terminado como escritor disolvente y agresivo. Hoy es el establishment, es lo escolar. Sus temas y sus formas lo permiten. En el futuro, su obra va a ser como Platero y yo.
Domingo. Escribir para otros, escribir para uno mismo. Escribir para otros, para la comunidad, parece siempre mejor pero a veces si no hay individuo, si no hay egoísmo, si no hay subjetividad, las palabras pierden fuerza y se transforman en un discurso institucional. Mi viejo entendía a Maradona como un héroe trágico, como un Sigfrido que único e individual, valiente y virtuoso, se entregaba al pueblo y se fundía con su destino a costa de su propia existencia. Ahí hay una verdad y una dialéctica.