Viernes. Redacté una breve pieza sobre César Aira ganando el Nobel y le puse “Una fantasía fiscal” porque especulé con los problemas que le daría traer un millón de euros en la Argentina. Cuando le dieron el Premio Formentor, Juan Antonio Masoliver Ródenas, que era miembro del jurado, lo definió así: “He sentido siempre una gran admiración por él, es un escritor incesante, un Vargas Llosa en miniatura.” En mi nota recreo la escena en que Aira agarró la bolsa del premio –unos para nada despreciables 50.000 mil euros– y con resignación realizó una sana reverencia. ¿Sintió la humillación ese Vargas Llosa en miniatura? Creo que ya escribí sobre esto. Este año el premio se lo dieron a un húngaro. Título Infobae: “La novela del premio Nobel de Literatura escrita en una sola frase a lo largo de más de 400 páginas.” Cómo se nota que los que premian son unos viejos ebrios que no salieron del siglo XX.

Sábado. Reviso una vez más el Borges de Bioy. Muchas veces se dijo que Bioy Casares y Borges eran Jekyll & Hyde y que nadie sabía muy bien quién era Jakill y quién era Hyde. La ocurrencia, afortunada, se la escuché a Rodrigo Fresán y después a otros que la repitieron. En realidad, esa duplicidad existía en el mismo Bioy, que era el doctor cuando escribía de día y el monstruo libidinal cuando anotaba en su diario. Se podría decir que ese diario, del cual el Borges es solo una parte, y que es su testamento, atestigua su relación con Borges y nos muestra un Borges bastante desconocido. Pero también nos muestra un Bioy nuevo y todo eso pasó en el siglo XX. Pero se descubrió en el siglo XXI.

Lunes. Carlos Godoy me mandó un recorte del documental que cuenta la historia de esa ballena que encalló en Oregón y fue dinamitada porque las autoridades no sabían qué hacer con ella mientras se descomponía. Miles de pedazos de carne volaron por el aire cayendo sobre autos y generando daños. Le respondí a Carlos que podía escribir un pequeño libro sobre historias de ballenas encalladas en la costa. Empecé a hacer memoria y me acordé de la ballena que había explotado pero no explosivos, sino porque se había hinchado por los gases de la descomposición. Ella sola había explotado sin ayuda humana, una rara hermana de esa que fue dinamitada. Hay testimonios de que puede pasar en altamar. Después me acordé, también, de ese cazador de indios financiado por Popper en Tierra del Fuego que apenas encallaba una ballena iba y le inyectaba con estricnina para que los indios que la comieran se muriesen envenenados. También me acordé de esa ballena que varó las cosas de la Provincia de Buenos Aires y un montón de vecinos de San Clemente del Tuyú ayudaron a devolverla al agua mientras la mojaban con agua de mar. A veces las ballenas van a morir a la playa, otras veces no, solo se equivocan y encallan. La ballena de San Clemente miraba con ojos tristes lo que pasaba a su alrededor y trabajaron más de dos días hasta que hicieron un pozo lo suficientemente profundo para hacer un surco y después la empujaron de vuelta al mar con las manos y la fuerza de sogas y un Jeep. Es raro ver una ballena en tierra. La alegría de verla volver al mar, por eso, es muy grande.

Martes. Tomé un café en el bar-pizzería El Balón de Avenida Gaona. Tenía una hora y me senté y me puse a revisar un viejo libro y encontré una hoja llena de anotaciones que había hecho hace años, décadas. Descifré algunas. La mayoría eran ideas para narraciones o libros que jamás escribí. Otras eran solo observaciones de lector. En algún punto se confundían. Siempre anoté. Pero no siempre me reencuentro con mis anotaciones. A veces se anota solo para pensar o dejar un registro tentativo. A veces se anota porque no se puede hacer otra cosa.