delirio

Por Juan Terranova. Sábado. Ayer fui a la presentación de El delirio de Turing de Edmundo Paz Soldán, el último maestro jedi de la literatura latinoamericana. Mientras me dedicaba la nueva edición de Metalúcida, Edmundo dejó caer con sutil comodidad la idea de que yo tenía que escribir la biografía de Jaime Sáenz, el poeta boliviano que perteneció a la juventudes hitlerianas. (Ya me había comentando esa fantasía alguna vez.) Aparte, Liliana Colanzi me regaló un hermoso rinoceronte de madera.

 

Domingo. Dilma va derecho a la destitución. Democracia, democracia, eres hermosa. Tironeada por los ciclos del Gran Capital, tus curvas siempre sorprenden. Euforia distribucionista, subida, disforia de las clases medias, descenso, luego, violencia. ¿Cómo se llama la obra? El gran capital no perdona. Véala en los mejores cines sociales del siglo XX y también del siglo XXI. Al final, la única poesía que me conmueve es la que se consagra y muere frente a la sensualidad del dinero.

Lunes. Cansa la idiotez de los hombres. También cansa ese hombre que sin ser tan idiota descubre esa verdad todos los lunes a la mañana. (Fui alumno de mil idiotas y de todos aprendía algo. Pero más aprendí de los buenos maestros.)

Martes. Me llama la atención que en las redes sociales todo sea tan coherente. ¿O es que uno mira donde tiene que mirar para ver coherencia? Mavrakis llama a eso burbujas de filtros. Más allá, ¿la psicosis?

Martes. más tarde. Buenos Aires es una ciudad que nunca va a salir del punk. Descubrió ese romanticismo y ahí se va a quedar. Para siempre. No sé qué libros estoy leyendo.

Miércoles. Vi Jack Reacher por recomendaciónde Mavrakis. Me gustó. Cine clásico. La forma de lo clásico. Empieza con Hitchcock, hay peleas en bares, con autos, con rifles, un poco de Sherlock Holmes y termina en un western. La chica es rubia, nunca fornica con el héroe y al final, después de todo el siglo XX, nos reconforta que alguien haga justicia por mano propia porque sentimos que el Estado moderno, la democracia y la ley, que son nuestro orgullo, instituciones de las cuales no podemos prescindir, están llenas de vaporosas incertidumbres. Lo mejor: Werner Herzog haciendo de mafioso siberiano. Debería haber llegado antes como actor a Hollywood.

Jueves. Murió Prince. La tristeza de una bata de seda bordó y una piscina vacía de venecitas amarillas en Malibú. Sábados a la tarde, licuado de banana con vodka, TV sin sonido, tocando la guitarra eléctrica sin enchufar, hablando por tel con el manager. Se nos fue una forma de ser estrella, una ética del pop.

Jueves, más tarde. Todo el día trabajando en el museo. Me da alegría eso. (Trabajar significa escribir y leer.)

Viernes. Estamos citando con Nicolás Mavrakis las mesas y charlas de la feria del libro que no existen. El quería ir a “Crítica de libros, una encrucijada contemporánea” y yo al debate de Lacan y Heidegger, presentado por Charly García. Las dos mesas igual de improbables. Después me agregó una que sí existe: “Literatura e internet: 16 años del mismo equívoco para suplementos culturales.”