Por Juan Terranova. Domingo. Al aeropuerto, para tomar un avión a San Juan. Sale al mediodía. Mientras espero, leo El hundimiento del Belgrano, de Gavshon y Rice. Muy buen libro, del 84. Llego a San Juan. Sigue tan árida como la última vez que vine. Estuve dos noches y casi me pisan tres veces. Realmente los sanjuaninos manejan mal, más bien pésimo. Su aspereza también sigue ahí. La aventura siempre es un estado mental.

Lunes. En el congreso, me dicen que voy primero, el primero de todos. La decana de la facultad presenta las jornadas y luego el congreso inicia conmigo. Leo mi ponencia que es casi contra Deleuze. O mejor, contra el Deleuze filósofo, y reivindico el Deleuze ensayista, crítico, el Deleuze de la deriva. Termino y siento las miradas de algunos. Tomás Abraham está entre el público como invitado de excelencia. Lee una chica de San Luis algo muy soso sobre cine. “Ahí lo tienen a Deleuze” pienso. Me divierto. Mi ponencia es asistemática. Eso me genera cierto vértigo. Cuando la ponente de San Luis termina, empieza la discusión. Abraham se queja de los deleuzianos, dice que los combatía ya en la década del 80. Moda y academia. Agenda. Etécera. Yo, en la ortodoxia. En eso me fui convirtiendo. Como casi todo el mundo. Pero la ortodoxia en Deleuze, ¡qué rara resulta! (Con el pasar del día y los ponentes, voy viendo como se la construye. El gran anarquista sistematizado. Eso es lo que más me irrita y me motiva. ¿No se trataba de explotar, máquina deseante, esas cosas?) Abraham me cuestiona la idea de reposo que tiro en la discusión. No, para él es la revolución permanente. Bueno. Cuando digo que era fácil ser deleuziano durante el kirchnerismo pierdo un poco el eje. Me equivoco. Pero ya está. Julián Ferreyra se pronuncia completamente en desacuerdo de mi lectura. “Estoy tan en desacuerdo que no sé por dónde empezar…” Me señala contradicciones. Me agoto rápido pero respondo, siempre a medias porque no se puede responder de otra manera. (No me sale, quizás si me concentrara más, si supiera más sobre el tema…) Mi argumento es el mismo: hay que sacar a Deleuze de la aporía de la heterodoxia permanente. Igual su Deleuze es un Deleuze escolástico, de aula. Me parece un poco anti-Deleuziano pero también me genera respeto esa vara de saber aplicada al heterodoxo profesional. Pliegue sobre pliegue, una vez más.

Lunes, más tarde. Se me pega algo de lo sobreentendido del congreso, de la necesidad de la velocidad en los retruécanos y los comentarios. Es un gesto malo y feo. Recuerdo que por estas cosas también dejé la academia. No hay que discutir, sino fijar una posición con claridad. Es mucho esfuerzo. A algunos ponentes les sale. Alejandro De Oto, por ejemplo, relaciona a Fanon con Deleuze y da vuelta varios de los supuestos del congreso. La suya es una intervención inesperada y notable.

Martes a la mañana. Saco fotos de edificios. San Juan, una fantasía soviética que nació después de que los terremotos del 44, 52 y 77 se llevaran los restos coloniales de la montaña. Adrián Cangi habla de “la deuda infinita” en la Argentina. Buena ponencia. Aguda lectura con un Deleuze latinoamericano y hasta latinoamericanista.

Martes a la noche. Me presentan al pianista y compositor Tito Oliva. Entre opiniones amables y elogios a cuerdistas serbios que interpretaron su música, me regala un disco titulado Cordillera arriba. Creo que desde la primera vez que escuché Das Buch der Hängenden Gärten estoy esperando un disco así. Poemas de Jorge Leónidas Escudero cantandos por Mónika Skowron con música e interpretación del mismo Oliva. Ser sanjuanino, ser pianista, llamarse Oliva, deconstruir melodías pero siempre con ánimo romántico, poner una polaca a cantar un poeta argentino de la tierra: Cordillera arriba se me presenta como un disco de apabullante talento. Los sanjuaninos quieren ser más modernos que los modernos. Oliva lo logra.

Martes, más tarde. Caminando de vuelta al hotel encuentro un video-club que se llama San Juan. Saco una foto. El video-club de provincias como especie en extinción, como máquina del tiempo, como resistencia, ¿pero resistencia a qué? Cuando se apague Internet y lleguen los zombies ahí nos esperará la bibliografía para entender esa coyuntura de Apocalipsis.

Miércoles a la mañana. En el aeropuerto hago un balance sobre la visita a San Juan y es muy positivo. ¿Por qué? Por el entusiasmo que genera encontrar gente que se dedica a leer y a pensar. Luego, todo lo demás.

Miércoles a la noche. Me gusta volver a Buenos Aires y a mi casa. Lo disfruto. Pero no logro concentrarme para escribir. Cuestiones domésticas me reclaman. Eso me hace sufrir un poco y llego a la noche algo amargado. No mucho, solo un poco. Para colmo, me pongo a leer argumentos de películas en Wikipedia.

Jueves. Compro libros por Mercado Libre. Muchos. Y luego me hago un recorrido con el Google Maps para pasar a buscarlos. Es un esfuerzo que me funciona como terapia. Y el comienzo de la lectura se da con mapas y coordenadas.