¿Lo romántico y lo clásico? Primero lo que llega del romanticismo. ¿Por qué? Siguiendo la cronología debería ser alrevés. Sin embargo, vivimos dentro de esa esfera, la romántica, y lo clásico nos asalta desde atrás, desde el siglo XVIII, desde una edad antigua. Lo clásico se actualiza, es posible, pero siempre como un visitante. Aunque en la dicotomía se deja ver también una tensión clásica que el título atiende esperando mejorar la comunicación en la conjunción. Me explico: si fuéramos más consecuentes con la idea general de esta breve nota, el título debería ser Lo romántico con lo clásico, o incluso Lo romántico dentro de la clásico y lo clásico dentro de lo romántico. Lo que no podría ser nunca es Los románticos y los clásicos. Contra esa idea es que lo escribo acá. Contra la idea de hacer nombres y dividir con taxonomías exactas cuerpos de textos y grupos que se encuentran siempre tensionados y contaminánzandose.
¿Entonces? Lo clásico y lo romántico como dos vectores, como dos estilos que conviven en tensión. No hay grado cero ni de uno ni de otro. Lo romántico tiene sus formas clásicas. Lo clásico, afectaciones románticas. Analizarlos desde las escuelas, y luego pasar a los autores y de ahí a las obras, es un error que se repite en casi todos los trabajos de consulta. Mejor, creo, es seguir la aparición y los desvíos de cada rasgo, encontrar, insisto, lo romántico en lo clásico y lo clásico en lo romántico. No para romper la dualidad, sino para reforzarla, para tematizarla. Y aspirar a crear, finalmente, a partir de esa taxonomización tan conocida y transitada un aparato de lectura y procesamiento de lecturas que funcione para leer mejor, con mayor precisión, con más productividad.
¿Dicotomías? Hay muchas. El artefacto y lo subjetivo. Lo objetivo, la técnica, el resultado versus el proceso y la pasión. La luz y las sombras. El entrenamiento contra la política. La disciplina clásica del mármol perfecto y el verso justo contra la exploración, la conocida y ampliamente estudiada falta de forma del fragmento. Lo complejo de la arquitectura musical clásica contra la simplificación exuberante de lo espiritual. (De esto último se quejan mucho los primeros críticos del romanticismo: si todo se lleva a lo subjetivo y lo sentimental no hay posibilidades de discutir. Las redes sociales en ese sentido parecen deudoras de una sensibilidad romántica y moderna.) ¿Cuál de todas estas circunstancias es más lúdica? Ambas saben jugar pero los pesos entre Baco y Apolo aparecen repartidos de formas diferentes.
Primeros románticos. La revista Atheneum. Los hermanos Schlegel, Novalis, pero también Tieck, Fichte, el Herder que describe Safranski al comienzo de Romanticismo, una odisea del espíritu alemán.
Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy lo dicen con precisión: todos aprenden un poco de ahí. Nietzsche, Freud, Marx, Joyce y el alto modernismo, las vanguardias del siglo XX, tanto estéticas -la lista es larga- como políticas, incluidos el nazismo, el fascismo, el socialismo, el comunismo y todos los proyectos que desbordan la fantasía de la democracia. Incluso son los románticos alemanes los que instalan nuestra manera de leer a Shakespeare y a Cervantes. También los Evangelios. Con ellos comienza esa modernidad literaria que llega hasta nosotros con tanta fuerza. No olvidar que los románticos alemanes son contemporáneos y testigos privilegiados aunque distantes de la revolución francesa, el espectáculo filosófico más importante de los últimos trescientos años.
También lo limpio y lo sucio como categorías para pensar el arte, el amor, la amistad, el trabajo. Lo limpio no necesariamente es lo bueno. Lo sucio es el cuerpo. Me resulta una dualidad tan buena como romanticismo y clasicismo. Mozart es claro y limpio, y por contraste sus momentos de oscuridad son sorprendentes y ricos. Pero nunca es sucio. Lo fue en su vida pero no en su obra. Haydn ni en su vida ni en su obra. Los románticos, muy sucios, se acostaban entre fantasías medievales y cáscaras de papa. Novalis no, porque era una aristócrata, una especie de tecnócrata de las minas y la vida subterránea, que de paso es un ambiente oscuro y sucio. Ezra Pound: “Good writers are those who keep the language efficient. That is to say, keep it accurate, keep it clear.'” La demanda es clásica. Cita de Goethe: “Lo romántico es lo enfermo, lo clásico es lo sano.” Una exageración.
Los exponentes más productivos de lo clásico literario no están en el clasicismo. Los griegos y los romanos, sí, pero no en el clasicismo francés, por ejemplo. Los exponentes más productivos de lo clásico literario los encontramos hoy dentro de la edad romántica. Borges. Lamberti, tanto El asesino de chanchos como El loro que podía adivinar el futuro. El chancho, lo oral, el saber popular; el loro, las versiones de lo pop, del cine, de la televisión. Se trata de dos libros fundamentales de la literatura argentina reciente y no tan reciente.
En música el clasicismo es muy superior a lo que dio en letras. De hecho, podemos aprender mucho de los representantes de lo clásico en música. Fueron pedagogos. No envejecieron, no se deterioraron, los seguimos escuchando y aprendiendo de ellos. Mozart y Haydn. Arquitectos inspirados, lumínicos, constructores inteligente de artefactos, esmerados y ricos sondeadores de variaciones. Más lúdico Mozart, a veces más austero Haydn en una primera impresión.
La historia nos habla de contrastes y paradigmas. Los románticos alemanes se desmarcan y reaccionan contra el Siglo de las Luces, contra la enciclopedia, contra lo redondo y lo bien acabado, contra el protestantismo, contra el artefacto pulido, contra lo limpio. Van a buscar las lenguas nacionales, el muladar de la revolución, el valor siempre turbio de lo subjetivo y la mezcla y la experimentación. Son la primera vanguardia de la modernidad. Ahora bien cuando sus ideas se instalan y un siglo después son la norma, enriquecen y forman el paisaje general, los formalistas rusos con ánimo romántico, como vanguardia del siglo XX, los desafían volviendo al siglo XVIII, y retomando la idea de forma y de artefacto y cruzándola con la lingüística. Y por eso los va a castigar el soviet supremo, fantasía política tangible de origen revolucionario y netamente romántico. ¿Son románticos o son clásicos los formalistas rusos? Son ambas cosas. Reaccionan contra el viejo romanticismo biografista y los exégetas de Pushkin y ese gesto de ruptura es romántico y fundante de una nueva etapa de la modernidad. Pero para hacerlo deben volver a sondear las formas y sus claves, lo cual los acerca al clasicismo.
El futurismo italiano no lo hace con tanta claridad. Es más mediterráneo y atolondrado y declamativo y por eso mucho más rico. El artefacto que estrena el futurismo italiano es la máquina que sirve para la guerra y la velocidad. Los formalistas de Opojaz eran lingüistas de San Petersburgo, los futuristas italianos querían destruir los museos cargados de capas y capas de sentido y miles de esculturas de la Italia de todos los tiempos. Los futuristas eran más románticos pero eso no implica que, enseguida, no podamos ver ellos las vetas siempre presentes de clasicismo.
Nos interesa en lo clásico su operatoria por la variación y la forma. Y de lo romántico, su apuesta al sondeo de la subjetividad, la idea de sujeto desbordado, del paisaje interior en diálogo brumoso con el paisaje exterior. ¿Cómo trabajar con estas ideas? ¿Se las puede aplicar a un objeto del arte, la cultura o la lengua? Por momentos vemos el clasicismo emergiendo. Por otros momentos, mucho menos conspicuos en cuánto más comunes, nos arrebata el romanticismo. No son instancias simétricas. Uno domina al otro. El romanticismo domina. El clasicismo es un ethos perdido. Borges lo sabía. Su gran operación de contraste fue intentarse como un escritor clásico en una nación, la Argentina, que es fruto directo de las pasiones románticas europeas.