Sábado. Ya hace veinticuatro horas, quizás un poco más que no tengo fiebre. Me sigue doliendo la cabeza y sigo con mocos, pero al menos duermo bien. A la enfermedad propiamente dicha, llena de dolor y fragilidad, la sigue un estado de indeterminación, de convalecencia, podríamos decir, donde la mente vuelve a funcionar bastante bien -es una gran mejoría no sentir que el cerebro se fríe en una sartén-, pero el cuerpo todavía está lento. Antes me recuperaba de un gripe después de la segunda toma del antibiótico. ¿Qué es esto? ¿Una cepa bacteriana nueva? No, simplemente estoy más viejo. Y este diario, al que me aferré tantas veces intentando ordenar mi curiosidad y mi forma de acercarme a los libros y otras lecturas, ahora tuvo su parada en la distorsión de una infección en la garganta. Cursilería, compasión y piedad del enfermo aplicada a sí mismo.

Domingo. La libertad es estar solo, como dijo Henry Rollins. Escucho a Satie.

Lunes. Cuando tengas ganas de escribir y no puedas escribir nada, redactá una carta. Una carta a un amigo contándole algunas cosas que te pasaron hace poco. Mi fantasía melancólica es poder caminar por mi barrio y los barrios cercanos sin ansiedad. Caminar sin la necesidad imperiosa de llegar. Esa es mi aspiración, mi horizonte vital para cuando empiece a ser un viejo de verdad. Un viejo de verdad, un viejo que camina.

Lunes, más tarde. Uno no puede contar mucho. A veces incluso lo que puede contar es muy poco. A veces no cuenta nada. No está tan mal eso, después de todo. Pero los niños siempre quieren oír historias. Historias nuevas, que son en realidad viejas historias con otros escenarios.

Martes. Ayer terminé el antibiótico, la última dosis la tomé al mediodía, y salí a caminar. Mi idea era llegar a Almagro y retirar un libro que había comprado por Mercado Libre, una biografía de Erik Satie. Caminé una hora de ida y una hora de vuelta. Por momentos sentí un ligera mareo y el cuerpo cansado, o más bien cierta laxitud en los músculos. El hombre barbado que me vendió el libro dijo que con la música de Satie “hay que tener cuidado.” Luego dormí la siesta y cuando me desperté puse en Netflix la última película de Tarantino, un western que parece una obra de teatro, con todos los pistoleros encerrados en una casa. Después escuché a Satie. Realmente, lo suyo tiene mucho mérito. Ese trabajo contra la estridencia desde la emoción.

Miércoles. Encontré, no es difícil de ubicar bastante parafraseada y deformada, la cita en la que Cortázar explica su exilio por Bartok y en contra del peronismo. Es de una carta en la que le responde a David Viñas. La copio: “No vine a París a Santificar nada, sino porque me ahogaba dentro de un peronismo que era incapaz de comprender en 1951, cuando un altoparlante en la esquina de mi casa me impedía escuchar los cuartetos de Béla Bartók; hoy (en Francia) puedo muy bien escuchar a Bartok (y lo hago) sin que un altoparlante con slogans políticos me parezca un atentado al individuo.” (“Respuesta de Cortázar” revista Hispanoamérica, Año I, número 2, 1972.) La frase es sugestiva. Me tienta desarmarla y analizarla. Hay mucho ahí. Primero que nada, el equívoco argentino en toda su dimensión. ¿Por qué? ¿Dónde? Recreo el circuito. Individuo - tocadiscos - Bartok - altoparlante - consignas políticas. La música contra la lengua politizada. Y la lengua amplificada que se superpone. Luego, París que no santifica pero el peronismo que ahoga, un peronismo incomprendido. El altoparlante con slogans -palabra en inglés- políticos ¿no es una tecnología parecida a la que reproduce a Bartok? Quizás hasta eran de la misma marca. Pero ¿en París, en la París de la revolución, de la revuelta, de la comuna, del Mayo Francés, ¡en la París ocupada por los nazis!, no había, antes o después, ni un poco de ajetreo en las calles? Quizás en la posguerra todo era silencio y ni siquiera se escuchaban los gemidos del baby boom. Tal vez estar lejos es lo que genera el silencio que se puede llenar con música. O mejor aún, la música siempre es interna y el parlante estaba dentro del Cortázar antiperonista. Los dos parlantes, el peronista y el que pasaba a Bartok, luchando. Pero un pliegue que no es un detalle ubica a Bartok más cerca del parlante que de sus propios discos. Es una afectación pero hoy conocemos bien el interés de Bartok por las expresiones musicales populares, por su labor antropológica, pero no solo como prolijo coleccionista o científico, sino como reversionador y compositor. Las investigaciones sobre la música de la Europa oriental están en el centro de las apuestas estéticas de sus composiciones. (No en todas, pero la preocupación, digamos, la tensión siempre está.) Antes de hablar un poco de los cuartetos, copio un párrafo de Wikipedia, genérico pero útil: “A partir de 1905, profundiza sus conocimientos en la música tradicional y las canciones folclóricas magiares, en sintonía con el auge de los movimientos nacionalistas. Toma entonces conciencia de la necesidad de preservar la memoria musical tradicional de su país. Junto con Kodály, comenzó a recorrer los pueblos de Hungría y Rumanía para recoger miles de melodías y canciones que transcribieron y grabaron con un fonógrafo. Extendieron luego esa labor a buena parte de los pueblos de la Europa central y hasta Turquía. Anteriormente, se pensaba que la música folclórica húngara se basaba en melodías zíngaras. Un ejemplo de ello son las rapsodias compuestas por Franz Liszt. Pero Bartók descubrió que las antiguas melodías húngaras se basaban en escalas pentatónicas, al igual que la música asiática o la de Siberia. Bartók escribió una buena cantidad de pequeñas piezas para piano derivadas de la música folclórica, y creó acompañamientos para canciones populares.”

Miércoles, más tarde. Sobre los cuartetos de cuerdas de Bartok, ¿qué decir? Hay algo sombrío y desde ya melancólico en el primero que está en La menor. El compositor lo completó en 1909. Leo que el cuarteto parece estar inspirado en el amor no correspondido a la violinista Stefi Geyer. En una carta le dice que a ese primer movimiento él lo llama “canto fúnebre.” ¿Qué era lo que moría o mejor lo que no dejaba morir el peronismo con sus slogans políticos? Qué tanánico resultaban los gustos de ese Cortázar. “En París se podía escuchar mejor, sin interrupciones, el canto fúnebre en la menor de Bartok” debería haber dicho. Pero por el fondo era una demanda de amor a Stefi, la violinista. (Tiene entrada en Wikipedia. Es linda, de cara redonda.) El amor en realidad era melodrama, despecho. Qué ironía. En la descripción que YouTube da de los cuartetos dice que los movimientos que siguen “are progressively faster, and the mood of the work lightens considerably, ending quite happily.” Y no se priva de señalar que, pese a que su estilo ya se ve maduro ahí, esos movimientos muestra “early evidence of his interest in Hungarian folk music.”

Jueves. El libro que compré se llama Erik Satie: una biografia para piano. Lo escribió un pianista, Jean-Pierre Armengaud, que grabó todas las obras para piano de Satie. No es tanto una biografía como un ensayo sobre las obras. Al principio dice que Satie es lo opuesto de Wagner. De primera mano, sí. Por atrás, sobre todo en el plano armónico, no sé si tanto.

Viernes. Ah, el poder y el saber, las armas y las letras, la paciencia y el vértigo. Todo está ya bien explicado en los libros, pero leerlos nos lleva una vida.