Lunes. No trabajo, tengo franco. Y vuelvo a ver Trumbo, al película con el actor de Breaking bad haciendo del escritor. Me gustó cuando la vi por primera vez, y me gustó ahora que la agarré de casualidad en el cable, mientras hacía zapping. La historia es una épica muy simple, una pequeña épica del trabajo. Trumbo, perseguido, cae y se levanta escapando hacia adelante. ¡Les gana a sus enemigos políticos escribiendo! Y en la película casi no se ven libros ni gente leyendo libros, lo que circula son guiones, directores, actores y guionistas que leen guiones, guiones cinematográficos ejemplificados con grandes tocos de hojas encuadernados de forma rudimentaria. Ese cambio de soporte, de la escritura al guión y, obviamente, de la escritura a la pantalla, es otra de las formas, a medias ilusorias, a medias comprobables, de la socialización de la escritura. Pero incluso con esta mediación Trumbo se trata de una película sobre escribir. Y eso me hizo acordar que hace unos días había vuelto a ver American Splendor, que también es una película sobre escribir, en este caso, guiones de historietas. En algún punto son películas consecutivas: al Hollywood de la posguerra lo siguen los suburbios de Harvey Peker, dos formas de épicas atenuadas, mundanas, domésticas, igualmente desgarradoras.

Martes. Visité la Fragata Libertad con Fernado Santos, un veterano de Malvinas que hizo toda la campaña con el ARA Bahía Paraíso. En la cámara de oficiales vi muchos mapas. La madera lustrada del barco, los techos bajos, las escotillas y los ojos de buey me dieron una impresión muy precisa: ese era un lugar de lectura. Más tarde, me entero que murió Tzvetan Todorov. Lo único que atino a pensar es “la muerte de un lingüista” como el título para algo. En el purgatorio quizás le devuelvan las horas que invirtió llenando formularios académicos, como a veces te devuelven el IVA. O quizás esa práctica burocrática sea un pecado menor a pagar con más horas de planillas.

Miércoles. Sobral en Dos años entre los hielos se disculpa por hablar tanto de comida en el segundo año, el de invernada forzosa, cuando los víveres empiezan a escasear y la dieta tiene una base de foca y pingüino. En un momento dice que para que la expedición sea exitosa hay que tener siempre a mano dos cosas, comida en cantidad y una biblioteca.

Jueves. Leí Una odisea marciana, el famoso cuento de Stanley G. Weinbaum. La historia de Weinbaum me parece más interesante que el cuento en sí. Las fuerzas extrañas de Lugones me resulta, en esa línea, mucho mejor. ¿Son comprables? No lo sé, quizás no. Pero los escritores de ciencia ficción estilo Weinbaum, incluidos Asimov, Bradbury y el Dick de los cuentos, son de una ingenuidad que roza la decepción. Más tarde, Gogui me señala que Weinbaum es como el Robert Johnson de la ciencia-ficción y esa sola idea, contenida en esa frase tan breve, cambia mi lectura. Hace un rato manejaba por la General Paz, yendo a Ezeiza, y comprendí el efecto preciso e inmediato de la relación que había hecho Gogui. Y entonces ahí donde yo solo veía cemento, y otros autos, y asfalto, y velocidad rutinaria, de pronto comenzó a sonar el blues de doce compases del planeta rojo.

Viernes. Compro libros por Mercadolibre, no los voy a buscar y después los leo por Google Books y después sí finalmente los paso a buscar y los leo tomando un café, mientras hago tiempo en un bar.