Domingo. Le paso fotos de pasaportes de países que ya no existen a Robles y enseguida me contesta: “Qué hermoso el siglo XX. Desde hace un rato estoy googleando cosas sobre Vladivostok. Encontré un montón de datos e historias, la recorrí de arriba abajo en Google Earth. El siglo XX es nuestro pulp, lo leo como si fueran historietas de superhéroes o historias de ciencia ficción. A quién le importa el futuro.”

Lunes. La hermosa y potente entrada al concierto para piano número 2 de Rachmaninov tocada por Richter. Casi no escucho a Rachmaninov. Pero ese concierto sí, tiene algo. Me gusta imaginármelo emborrachándose en un bar de Los Ángeles, contándole a un barman cómo es el frío de San Petersburgo y quejándose de cuánto lo explotan los empresarios de la industria del espectáculo. Él quiere componer, pero debe tocar. Si no toca, no puede pagar esos trajes de raso italiano, los zapatos ingleses, los taxis que lo llevan y lo esperan mientras da un concierto. ¿Cuántas notas se necesitan para escribir una sinfonía en América, tovarich? Siempre, siempre una más que en Rusia. El último pianista del romanticismo murió en Beverly Hills en 1943, el año de Stalingrado.

Martes. Le digo a un amigo de un tercero: “Es de esos hombres que cada tanto tienen que atravesar un Waterloo privado, su Saigón mental, su propio Monte Longdon.”

Martes a la tarde. Conversación con Mavrakis y Erb a partir de una nota de Gogui sobre la marcha del sábado en apoyo al gobierno. Mavrakis: “La novela de Caparrós sobre Echeverría es muy buena con eso. El que no acepta integrarse. Tal vez sean procesos de envidia. Zizek lo explica bien en algún lado con el chiste del campesino al que se le presenta un genio en una botella y le dice “pedime un deseo, pero cuidado, porque lo que vos me pidas, a tu vecino se lo voy a multiplicar por dos.” Y entonces el tipo le dice: quiero perder un ojo.” Más tarde, obligadas reflexiones. ¿La plancha contemporánea? Está todo muy parado porque aún estamos dentro de la fantasía blanca de la clase media. Un gobierno nuevo, una vida nueva. Me da un poco de aprensión. La institucionalidad, la democracia, el libre mercado, la singularidad del aburrido. Qué mal gusto, diría Baudelaire. Vuelvo a la edición de bolsillo, diez francos, de Mon Coeur mis à nu. La compré en París. Tiene mis anotaciones de hace veinte años. Ah, el señor Baudelaire me enseñaba francés y también algunas cosas sobre cómo leer, escribir y desprenderse de las opacidades ajenas. Última impresión del día. El siglo XXI ha demostrado que no hace falta ser rico para ser lujoso. Es más, un pobre tiene menos inhibiciones al respecto. Un juego malévolo ese juego.

Miércoles. Caigo en la cuenta de que es demasiado temprano para empezar otra novela. Larga aventura de la novela. Y sin embargo, ella se escribe sola, adentro y afuera del autor que ya ha parido y, en pleno puerperio, quiere seguir ensuciando el mundo. ¿Cómo llevar adelante el tiempo y su tediosa administración sin estar escribiendo un libro?

Jueves. Hoy la ciudad está vacía y en silencio por el paro general. Yo gasto el tiempo pensando que César Aira es un poco como Carlos Menem. Vendió las joyas de la abuela sin perspectiva. Empeñó el sentido. ¿Y el futuro? Quizás al revés: Menem es como Aira. En todo caso, fueron los 90, ese sentimiento de final, apocalíptico, escatológico: lo que seguía no le importaba a nadie. Seguíamos nosotros, los habitantes del siglo XXI. No los culpo, los experimentos políticos y estéticos del siglo XX fueron tan seductores… Piglia y su libro de las vanguardias, clases a las que asistí en la misma década del 90. Aira y su vanguardia recurrente, un librito donde vuelve a hablar de Duchamp. Basta de Duchamp, por Dios. Piglia murió. Y ahora morirá Aira. Me gustaría que se anime a una forma trágica, pero no creo. El señor Aira fallecerá en su lecho. Piglia ya le ganó, se degeneró hasta morir y lo hizo con distancia, con altura. De hecho, se fue escribiendo. Pero, claro está, el kirchnerismo les ganó a ambos. Les demostró que la historia seguía. Tenía la novedad de Internet, que no es poca cosa, y estrenaba un siglo. A estos pensamientos, acomodados de esta forma, me lleva la lectura de Baudelaire.

Viernes. Sueño que compro un cuadro en una galería. En el sueño, lo compro convencido de que es una obra de calidad. Cuando despierto, dudo.