Lunes. Leo Los chicos de la guerra de Daniel Kon. Me sorprende. Me gusta. Lo empecé a leer contra el título. No eran chicos, eran soldados… Sin embargo, pese a las intervenciones de Kon -siempre algo idiotas- el libro se deja leer. La experiencia de la guerra se escucha, está ahí. Se perciben muchos recortes y condicionamientos pero igual se abre paso. También es el momento de la fundación de muchos de los mitos de Malvinas. Otro momento de fundación de mitos, bestialidad historiográfica y mentiras es el artículo que García Márquez publicó en el país en abril de 1983. Se llama Las Malvinas, un año después. Es de lo peor que leí en mi vida.

Martes. Leer sobre la películas en wikipedia y en IMDB me resulta más entretenido que verlas. Sobre una de Bruce Willis que vi y donde hace de teniente de una unidad de Seals encontré esta frase del crítico Roger Ebert: “Tears of the Sun es un cine construido a partir de la lluvia y el rostro de Bruce Willis. Estos materiales son suficientes para construir una película casi tan buena como si no hubiera habido un mejor guión.” La frase me salvó la película.

Martes, más tarde. Las redes sociales como un Monte Taigeto de flujo inverso. De vivir, Plutarco tomaría nota sobre los cuerpos deformes y las mentes obturadas elevándose desde el barranco a la cima.

Miércoles. Viajo a Rosario invitado por Rolandelli a dar una conferencia en un foro de periodismo digital organizado por la Universidad de Rosario. Llevé una arenga en contra del periodismo mal hecho y la rosca pedagógica con citas de Arlt, inevitables, y Lacan y Cervantes. En el medio de mis aguerridas y sesudas reflexiones se me seca la garganta y empiezo a toser. El auditorio estaba en penumbras y le iluminaba un reflector de frente. Alguien me alcanzó un vaso de agua. El episodio duró alrededor de cuarenta segundos eternos. Yo tosía, sentía la garganta seca y reía un poco también por lo ridículo de la situación. Cuando me recompusé seguí leyendo lo que había escrito.

Jueves. Visito el Museo de Ciencias Naturales de Rosario. La planta baja está dedicada a los “pueblos originarios.” Me llama la atención que haya tan poco para mostrar. Algunas pantallas, algunos huesos y muchos textos, la mayoría llenos de falacias y bajadas de línea progresista con una disposición esmerada y bien planteada pero muy, muy aburrido, sobre todo para un escolar. Las curadorías minimalistas se imponen pero no son sugestivas. En el segundo piso una vitrina mostraba una botella de plástico transparente y el nomeclador que decía “agua envasada para su comercialización.” Al lado había una bolsa de nylon que decía “Tierra envasada para su comercialización.” Parecía un chiste o una ironía del arte contemporáneo. Un panel se titulaba “(Des) orden occidental y cristiano” y hablaba de la matanza de indios. “La conquista europea irrumpe a sangre y fuego en el continente americano…” etcétera. Es algo previsible. Es el estado de esa discusión. La divulgación borra todos los matices y vuelve un largo y complejo proceso en un decantado moral. Pero me llamó la atención que terminara con esta frase: “Ordenar también fue (y es) matar.” Más allá del uso algo culposo de los paréntesis, ¿por qué el “también”? Desde luego, no puedo más que reírme un poco de esa idea que tiene una dimensión anti-iluminista, anti-científica, neo-barbárica bastante contradictoria con el museo que la contiene, con todos los museos, en realidad, con la idea misma de museo. Ordenar es matar. Me parece mucho, demasiado. El progresismo, más papista que el Papa. Otro panel titulado “¿Primero inmigrantes?” termina con la frase: “Los primeros inmigrantes no hablaban español ni italiano.” Mis dos lenguas, mis dos linajes, se podría decir, de forma borgeana, no sin un poco de ironía. Lo que más me gustó del museo es un aguará guazú embalsamado. Me pareció alto, elegante, un perro salvaje muy hermoso, de muy lindo pelaje. También le saqué fotos a un camello al que un guardia de seguridad custodiaba. Atrás en la foto, se ve un carrito de la limpieza. Hay vitalidad y rutina en esa imagen mundana.

Viernes. Vuelvo a Buenos Aires. Los paisajes que se ven desde el micro merecen una breve hermenéutica. En cuatro horas, de la ciudad al campo, del largo campo a la autopista, de la autopista a la villa miseria, de la villa a la estación terminal de Retiro. Luego, una reflexión en discusión con amigos: Internet es villero, tipo Blade Runner, o District 9. Un lugar con monstruos, paranóico, todo roto, donde el capitalismo hace sus cochinadas sin control.