Lunes. Guerber en Twitter sobre el estilo ñoño de los libros de matemática: “Detesto ese estilo con toda la furia. Presupone en el lector el mismo humor estúpido del autor. Un precursor: Einstein.” Coincido. ¿Entonces? Necesidad de la disonancia, del roce, de la precisión. Cosas del estilo, supongo, del estilo y también coincidencias de la amistad. Quizás sirva, para entender un poco más nuestro paisaje, recordar que el cuarteto para cuerdas número 19 de Mozart, conocido como “El disonante”, fue el último de una serie de cuartetos dedicados a Haydn. Creo que el romanticismo se ofrece muy rápido como el único que puede extrañar la realidad. Pero el clasicismo combate el caos y eso también sirve. Su aire adusto y contenido permite la distancia y el recorte en medio de un mundo arrebatado por proyectos incomprensibles. Cada tanto, también un poco de humor. De esas contradicciones está hecha la modernidad. En Do mayor, como te gusta, Joseph. Del principio ¿qué decir? Un guiño a la época, algo entre colegas para que disfruten todos.

Martes. Pasé la noche con fiebre, soñando que buscaba el ARA Bahía Paraíso y no lo encontraba. “Tengo que ir al puerto” pensaba en el sueño. Pero no había puerto, no había nada. A la mañana, me baja apenas un poco la fiebre. No pude leer en todo el día. En la cama miraba el teléfono y leía lo que se puede leer desde el teléfono que, en este estado, es todo desgracia.

Martes, media mañana. Los que tenemos potencial suicida vemos enseguida el parecido entre las cápsulas de ibuprofeno y la munición 9 mm.

Miércoles. Como ahora se puede todo, en realidad, no se puede nada. Cada uno de nosotros es sospechoso de lo peor. ¿Por qué? Bueno, antes te miraba y te juzgaba Dios: había perdón. Hoy te juzgan las redes sociales y ahí no hay perdón que valga porque te mira el vacío.

Jueves. Sigue un poco el malestar, aunque ya no levanto temperatura. La corrección política, hipócrita, poco o nada subversiva, conformista, es de índole protestante. Escribo esas cosas en Twitter. ¿Por qué? No sé.

Jueves, más tarde. Están los que se piensan que con un poco más de memoria Ram, Cristo va a quedar superado. Es al revés. Más tecnología, más lo necesitamos.

Jueves a la noche. Coda al tema del romanticismo: Los formalistas rusos fueron disruptivos en el mundo romántico de la revolución rusa. O sea, aventura romántica y clásica a la vez. Debería escribir ese ensayo, casi como un manual. Un ethos desde el cual leer. ¿Por qué no lo hago? ¿Por qué no intento fabricar un sistema? Qué salvaje termino siendo, patrullando las redes, escribiendo según las ganas, un cazador desprevenido, que a veces también es recolector por necesidad, entregado a la fragmentación, al huracán de la rutina sin norte. Bueno, claro,hay un goce. Las catedrales que las construyan otros, podría decir. Mavrakis se pone nervioso por la salida de su nuevo libro y me hace acordar al pintor de The real thing: “Yo había visto gentes dolorosamente esquivas a mencionar que deseaban algo tan concreto como verse representados en una tela; pero los escrúpulos de mis nuevos conocidos resultaban casi invencibles. Si al menos el caballero hubiera dicho «Quisiera un retrato de mi esposa», y la señora, «Quisiera un retrato de mi marido». Tal vez no eran marido y mujer, y esto naturalmente haría la situación más delicada. Tal vez querían ser pintados juntos, en cuyo caso tendrían que haber traído a un tercero para comunicarlo.”

Viernes. Mavrakis lee mi libro y me manda esta cita de Cormac McCarthy: “It makes no difference what men think of war, said the judge. War endures. As well ask men what they think of stone. War was always here. Before man was, war waited for him. The ultimate trade awaiting it´s ultimate practitioner. That is the way it was and will be. That way and not some other way.” Le pido el nombre del libro y me responde que es de Meridiano de sangre. Está bastante cerca de mi libro. Hoy fui a un Starbucks y estuve leyendo Así lucharon. Se me ocurrió que se podría transformar en Meridiano de sangre. En realidad, toda la geografía de la Argentina pide una novela así. ¿Quién de nosotros escribirá Meridiano de sangre? Vanoli podría ser. Un libro que yo leería con gusto. En Cataratas hay escenas de un nivel incluso superior al habitual en McCarthy. Godoy haría un largo poema o una novela experimental. Mavrakis también podría, más adelante, cuando deje de teorizar la comunicación y sea un poco más viejo. Autores no faltan. ¿Pero quién lo leería?