Lunes. Sin ganas de escribir periodismo. Desde hace un tiempo ya. Ideas para Revista Paco tengo varias. Pero ¿son interesantes? Se sabe: el periodista trabaja con lo intrascendente y lo hace relevante. Pero hay un fuerza que no llega, una fuerza que siento que es del orden físico. Otras formas de comunicación escrita me siguen convocando. Escribir en las redes sociales, escribir acá, este diario, narrar, argumentar, de forma fragmentaria. Supongo que es sueño, cansancio físico, hastío general, la magra o nula renumeración. Pero no podés hacer que el dinero cargue con todas las culpas.
Martes. Leyendo sobre Arno Breker, sobre el sitio de Leningrado, y también miró un poco Lenguaraces egregios. Rosas, Mitre, Perón y las lenguas indígenas, son los diferentes textos que estos próceres redactaron, todos o casi todos de forma utilitaria, para entenderse con los indios. Tiene estudio preliminar y selección de Guillermo David. Una de las citas del comienzo pertenece a Lettere dal carcere: “Cada vez que la cuestión de la lengua aflora de una u otra forma, significa que se están planteando otras preguntas: la formación y el crecimiento de una clase dirigente, la reorganización de una hegemonía cultural, la necesidad de establecer una relación más estrecha entre los intelectuales y las masas.”
Miércoles. Mi hermano va a tener un hijo así que está limpiando un cuarto en la casa donde nos criamos y donde él ahora vive con la mujer. Me llamó hace unos días para ver si quería conservar parte de la vieja biblioteca familiar. Hoy manejé hasta allá y enfrenté los restos de mi primera biblioteca, una biblioteca formada con criterios ajenos, pero que no me resultaba para nada ajena, la primera biblioteca que yo recorrí, con la que hice mi primera educación. La mujer de mi hermano es psicoanalista, como mi madre, así que habían separado ya los pocos libros de psicoanálisis que mi madre había dejado ahí antes de irse. Los reconocí, desde luego. Lo que quedaba eran los restos de la biblioteca de mi padre, la mayor parte libros y revistas de arquitectura, aunque también había libros sobre plantas y árboles, catálogos de flores, revistas de ciencia y divulgación. Y sus propios libros, en uno de los cuales llegué a participar. Cuando los estaba cargando en el auto, mi hermano me ofreció la primera enciclopedia que tuvimos, la Enciclopedia Barsa-Britannica, una copia de la famosa Enciclopedia Britannica borgeana en español. La acepté. Volví manejando despacio y me acordé del hombre que vino a casa a venderla. Cumplía con todos los gestos y lugares comunes de vendedor de enciclopedias. Era gordo, con una amplia papada y se vestía de traje y corbata. Me acuerdo cómo habló. Yo era un preadolescente pero ya sabía que esa forma de hablar no pertenecía al verdadero saber, sino que era un saber adicional, algo que estaba ahí para la gente que no podía acceder a lo otro. También recuerdo que quería la enciclopedia, que finalmente fue adquirida en un contrato del que no recuerdo detalles. Sí recuerdo que mi madre me consultó si me parecía bien la compra, lo cual me hizo sentir, de alguna manera, importante. (Mi madre era muy formal y lo sigue siendo.) Cuando la bajé del auto en el garage de mi casa, mi hija se acercó. “Si alguien quería saber algo antes de Internet lo buscaba en estos libros” le dije. Me miró y sonrió.
Miércoles, más tarde. Voy hojeando un libro sobre Le Corbusier. Me pregunto mientras lo hago cuánta de esa información formó mi criterio estético. Recuerdo el libro por sus imágenes y no por sus textos. ¿De qué le sirve a un escritor de los arrabales del mundo conocer la historia de la arquitectura? No puedo ser objetivo. Vivo ese saber desde siempre. ¿Podría decir que es prescindible? Desde luego. Pero hay algo de la idea del ritmo de la arquitectura, de su confort, de su dureza, que me costó entender y que me resultó útil. Aunque quizás lo más útil que le haya enseñado mi padre, y la lección más útil que aprendí en la vida, es que concretar un proyecto imaginado es difícil y requiere de toda nuestra fuerza y concentración. Entre los libros y las revistas de mi padre, se coló un diccionario de psicología. Mis dos linajes, otra vez. Al lado de mi padre, tengo que decirlo aunque suene fanfarronámente edípico, el padre de Borges era un pusilánime. Mi padre hizo cientos de casas y edificios, imaginó lugares, los diseñó y los construyó, publicó unos cinco libros con planos, dibujos y fotos, restauró autos antiguos. También pintó algunos cuadros. Sabía de mecánica, de motores, de paredes, de diseño. Fue, durante años, el capitán del equipo de tenis del Club Italiano. ¿Qué hizo Borges padre? Escribió un libro sobre gauchos. Tiene, desde luego, el mérito de ser el padre de Borges. Y mi padre tiene el escaso mérito de ser mi padre. Ahora miro un libro sobre la arquitectura de la ciudad de Ankara. Recuerdo que viajó por primera vez a Turquía antes de morir.
Jueves. Sigo revisando los libros y las revistas. Los acomodo en la biblioteca. Pongo en Twitter que mis dos linajes son la arquitectura italiana y el psicoanálisis.
Viernes. Cuando estés inspirado porque estás borracho o porque tuviste un buen día en el trabajo donde nadie intentó quebrar tu concentración, o porque fuiste a nadar, o a correr, o jugaste al tenis y pudiste defender cada pelota con estilo, o porque leíste un libro que logró conmoverte, o simplemente estás descansado, despierto y atento, pero -pero- las palabras no llegan, entonces es momento de escribir un carta. No escribas un poema, ni intentes retomar esa novela que se resiste. La mejor estructura, la que te conviene, es la carta a un amigo. También podría ser un carta a un enemigo, pero a mí al menos no me sirve. Me sirve una carta donde empiezo contando lo que hice ese día, y por qué estoy tan exultante y luego me sirve ir un poco más allá en mi sentimientos y confesar algunos problemas -todos los tenemos- y reírme un poco de ellos. También me sirve hablar de política, pero de la pequeña política de los que me rodean y describir cómo ellos miran a los grandes hombres de la política. Me sirve mirar a esos que miran y sacan conclusiones. También me sirve en el arte, en las artes plásticas y en la música. Aunque en la música es más difícil y casi no me sirve en los libros, porque para mirar lecturas y que sean interesantes el lector tiene que ser muy bueno. Si tenés amigos que leen bien, de forma productiva y creativa, escribiles una carta a ellos y preguntales cómo hacen, y después elogialos pero con elogios nobles, sinceros, pensados. Si tenés amigos que leen bien es muy difícil escribir mal. Pero tiene que ser tus amigos y tiene que leer bien, dos cosas muy difíciles de conseguir tanto en el presente como en el pasado. Hay mucho para poner en esa carta y mucho para decir cuando se le escribe a un amigo y uno se toma el trabajo de hacerlo bien, en el sentido de que cuando la terminamos sabemos, tenemos la certeza, de que él la va a leer hasta el final y después va a volver a releer algunos pasajes. Y cuando hayas terminado de escribir esa carta, podés leer a Ezra Pound. El viejo Ezra Pound siempre tiene algo para vos. Siempre. Y uno lo sabe, y él lo sabe. Y entonces, al escribir y al leer durante esos momentos, es posible que toda la fuerza que puso Dios en construir ese día haya tenido un poco de sentido.