Lunes. Cuando el capitalismo habla sin máscara. ¿Quién se anima a mirarlo a los ojos? Escuchar viejos discos. Tener paciencia. Ser amable. Odiar en secreto.

Martes. Hoy, sin ganas de escribir. Encontrando tedio en cada palabra y cada frase. Menos palabras, menos tedio. Sin embargo... Viajar, viajar. Pero, ¿a dónde? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con quién? “Qué ubicuos paraísos de la imbecilidad que son los aeropuertos por el amor de Dios” escribe Guerberoff.

Miércoles. Pienso en escribir una obra de teatro. Me imagino la obra, los personajes, sus diálogos. Después, a los actores, el teatro, lo que hablan antes y después de los ensayos, antes y después de la obra. Pienso en qué dicen cuando no están actuando. ¿Cuales son sus pasiones, sus frustraciones, sus deseos? Mi cabeza es la de un novelista. Con un poco más de suerte, la de un crítico. No la de una dramaturgo. Releo La Tempestad. El teatro es como un átomo, como una canción, la mayor parte es vacío, potencial, ritmo, la nada.

Miércoles, más tarde. “El pasado 17 de octubre un tribunal oral federal condenó a dos años de prisión de cumplimiento efectivo a un falsificador de títulos clásicos y de alto impacto de ventas.” Me llega una gacetilla de prensa de la editorial Planeta donde se cuenta que metieron preso a un falsificador de libros. También se dice que más de 10 mil ejemplares, “falsificados por el condenado Alfredo Altayrac, fueran donados al Hospital Garraham para sus programas de reciclado, reutilización y aprovechamiento económico.” Desde luego, está el infaltable argumento que la falsificación “atenta contra el trabajo intelectual de los autores.” El falsificador cumplirá su pena con cárcel domiciliaria porque tiene setenta y dos años de edad y padece hipertensión. Así que va a tener mucho tiempo para leer. Leer libro falsos y auténticos, y también de leer libros falsos como si fueran auténticos, y auténticos como si fueran falsos.

Jueves. Según la precisa lectura de Safranski, Nietzsche se ríe del “autoengaño idealista”, del consuelo de la “metafísica del arte.” O sea, no está en contra del traje a medida del arte, sino en contra de que ridiculamente olvidemos que el traje está hecho a medida. Porque finalmente no se puede estar en contra de la máscara, pero hay que saber muy bien, tener muy presente, los usos de esa máscara. Este tipo de reflexiones pone a Nietzsche como precursor y a la vez denunciante de lo que pasa en las redes sociales. A nadie se le ocurriría reivindicar la metafísica, barata, basurera, ruinosa, que se produce en las redes. Pero la idea de potlach, de baile sin tiempo, sí está. Nietzsche, así, no objeta la imaginación. ¿Cómo podría? Pero demanda una soberanía comprobable sobre nuestra “fuerza configuradora.” La palabra “soberanía” no es tan polisémica, y refiere siempre a un desafío. No todos lo aceptamos, muchos incluso lo niegan como tal a ese desafío. Una cosa es no aceptarlo. Otra diferente es negar que existe. En una carta a Carl Fuchs, fechada el 29 de julio de 1888, Nietzsche dice cómo habría que leer a Nietzsche: “No es en absoluto necesario, ni siquiera deseado, por el contrario, una dosis de curiosidad, como la que se siente frente una excrecencia extraña, con una resistencia irónica, me parecería una posición incomparablemente mejor para conmigo.” Es contradictorio porque el imperativo “leanme irónicamente” no es irónico. ¿Debemos ironizarlo o no? ¿Acatar o tomar distancia? Pese a la afectación, la frase habilita una camino. Podríamos decir que es elegante.

Viernes. Llega un momento en que hay que elegir. Y elegir siempre implica perder algo. Esto es muy simple de explicar. Pero muy difícil de entender. Traduzco poemas de Gustavo Caso Rosendi al inglés. No sé por qué lo hago. Pero necesito hacerlo.