Lunes. Feriado por el día de la soberanía. Leo La paliza de Marcos Apolo Benitez. Es su segunda novela, breve, contundente. El narrador es una chico que vive en un pueblo y observa y padece a su familia. Y esa familia salvo por algunas excepciones, como los abuelos maternos, se dedica a desertificar y destruir al mismo tiempo que sostiene unas relaciones sociales aterradoras. La familia como desierto, entonces, como agresión, como condena. Empiezo a ver La juntidad espeluznante, una película hecha en los 90 por Martín Quiroga y Jorge Quiroga. “Con un lenguaje que algunos asociaron con el free cinema y otros con el punk, La juntidad espeluznante explora el clima cultural y político de los principios de los setenta.” Pero lo interesante es que lo hace desde los 90s, un tiempo que ya también es pretérito.Lo que se junta es “el grupo de la revista Literal (1973-1977), de la cual fue miembro Quiroga, y la de la movida under de los noventa en la que participó activamente Carmona.” La película me gusta. Me siento reconocido en ella. Y ya sabemos que nada puede matar Buenos Aires, es Buenos Aires la que si quiere te mata.

Martes. Compro por Mercado Libre El romanticismo alemán y la ciencias naturales de Alexander Gode-Von Aesch. Siento en que nunca escribí sobre Nippur y Robin Wood, sobre Dago, esos personajes, mi primera, mi mejor, mi más noble y frecuentada escuela de épica. Lo que siento es una deuda. Wood fue mi primer Shakespeare. Escucho poca música. Escuch obras para piano de Sibelius, que nació en 1865 y murió en 1957. Su música siempre remite a un tardo-romanticismo escandinavo pero con breves fugas hacia texturas más recientes. Sus fechas me sorprenden más que su música. Tener veinte años en 1885 y después llegar a ver la década del 50. Creo que busco esa longevidad, todos esos cambios, en sus obras, pero no creo llegar a escucharla. Leer dos libros al mismo tiempo me baja el nivel de ansiedad y exigencia. A la tarde, última hora, voy a la CGT a escuchar a Aleksandr Duguin, el “Rasputín de Putin”, según Wikipedia. Habla sobre Tierra y mar, un libro que Carl Schmitt escribió y publicó durante la Segunda Guerra. Escribo una nota para Revista Paco. De titular le pongo Un ruso en la CGT.

Miércoles. Una página del El concepto de crítica de arte en el Romanticismo alemán de Walter Benjamin. Anotación arriba: “La verdadera literatura experimental es la crítica.” (Y encuentro “disparate”, palabra arlteana.) La página contiene una refutación completa a la mirada ingenua e impugnatoria sobre la crítica que siempre se escucha. ¿Qué motiva la crítica? La crítica se motiva en sí misma, como el arte. Es un hecho en sí mismo, un factum, “y justamente por ello es fatiga vana pretender motivarlo.” Leo en el Borges de Bioy que Macedonio Fernández llamaba “calabrés vengativo” a Martín Fierro. Borges termina diciendo “Martín Fierro corresponde a la idea popular de un calabrés.” Ergo, todos los calabreses son vengativos. Yo, que soy hijo de un calabrés que fue lo más amable y educado que conocí, no entiendo bien qué linaje reclamar. Entiendo que se trata de situar arquetipos y tironear tradiciones. Siendo así, quizás el peronismo no sea ajeno a la lectura.

Jueves. Jacobo Surida, Fortunio Bananova, Juan Alomar. Buenos Nombres. Sonoros. Míticos. ¿Quienes son?

Viernes. Compro y empiezo a leer Tierra y mar el libro de Schmitt. (Voy hasta la Avenida San Juan, casi Entre Rios. En el timbre de la dirección que me dio Mercado Libre dice “Librería Thule.”) Luego, escucho algo de música. No sé bien qué. No estoy desconcentrado, estoy un paso más allá, en una especie de nube vital desde la cual, sorpresa, es posible leer. (Pero no escribir, o no escribir como yo quiero escribir.) Me sigue llamando la atención Benjamin hablando del romanticismo alemán y de la forma, y no puedo dejar de pensar en los formalistas rusos. La modernidad nos impone lo disruptivo. Es idea de Safranski. Ni la subjetividad romántica, ni la forma como preocupación única. La irrupción. Lo que viene a cortar. ¿Qué viene a cortar? ¿Cómo y por qué lo corta? Luego se ve. Pero ese es el gesto moderno, el accionar dialéctico de nuestra época, que empieza a fines del siglo XVIII.