Lunes. El peronismo nunca fue una apelación a la conciencia sino al deseo y a su obscena materialidad. Pero en el siglo XXI, el espectro político tiende irremediablemente a lo socialdemócrata. (¿Lo hace en reacción a la brutalidad del siglo XX?) Y las redes sociales ¿no son lo opuesto a la socialdemocracia? Leo que en Gualeguaychu una chica de diecinueve años mató a su novio de veintiuno con el arma reglamentaria de su padre policía. Después puso en Facebook este mensaje: “Cinco años juntos, peleando, yendo y viniendo, pero siempre con el mismo amor. Te amo para siempre, mi ángel.” Según la nota, lo mató por la espalda.
Martes. Leo, más bien consulto, Historia de las Islas Malvinas de Juan José Cresto. Es una edición en dos tomos, publicada por la mítica editorial Dunken, donde los autores se pagan sus propios libros. Este libro no es nada malo, o en todo caso, no es menos malo que otros libros que editan otras editoriales.
Miércoles. Fui a nadar a Obras. La pileta al aire libre, con el sol y el calor de las cinco de la tarde, estaba concurrida pero no tanto. Había mujeres con niños y hombres adultos. El agua estaba templada. Hice la plancha y miré el cielo azul, las palmeras del club y atrás los edificios de Libertador. Volví a pensar en el diario de Kafka. Por la tarde fui a nadar. ¿Qué es eso? Nadar es lo contrario de leer.
Jueves. Reviso un poco mis archivos. 2017 fue el año en que el feminismo entró en su etapa superior de delación y persecución. Mientras, en la Argentina no existe el aborto libre y gratuito. Leo a un prestigioso psicoanalista criticar las movilizaciones contra la reforma previsional. Lo que firma es un texto vulgar, de bajo vuelo irónico, pesado. Al final, supongo que todos los lacanianos quieren o queremos volver al Imperio Astrohúngaro, pero no son tantos los que entienden que ese lugar de sofisticada y apacible cultura solo existe en nuestro recuerdo. Fuera del deseo y nuestra neurosis, siempre hay caos y frustrantes diálogos políticos.
Viernes. En marzo se cumplen doscientos años de la publicación del Frankenstein de Mary Shelley. Un periodista me manda unas preguntas para un artículo en el que trabaja. ¿Creés que la novela sigue teniendo vigencia hoy? ¿Qué relevancia puede atribuírsele en la actualidad, considerando nuestro contexto sociopolítico nacional? ¿Sobrevivirá al paso del tiempo? Respondí breve, como pude. Para empezar, le dije que son pocas las novelas del siglo XIX que hoy no tienen vigencia y que si hay autores que fuimos olvidando, el olvido nunca es perfecto y la memoria funciona de una manera menos previsible de lo que pensamos. Luego agregué que Frankenstein o el prometeo moderno prefiguró y anticipó todo nuestra narrativa sobre autómatas y ciborgs incluyendo, ya desde el comienzo, la angustia inevitable de la existencia. (Eso me parece una obviedad. Pero la pregunta me llevaba a eso. Me quedé pensando qué monstruos y autómatas hay antes que el muñeco hecho de cadáveres y electricidad del Dr. Frankestein. La lista es larga. El Golem judío, que tanto le gustaba a Borges, no es el único.) Después agregué que el libro lo escribió una mujer talentosa rodeada de hombres talentosos. Ese dato es fundamental y creo que la novela no solo va a sobrevivir sino que se va a transformar en una especie de manual de psiquiatría del siglo XXI. Aunque quizás lo que sobreviva sea la contundente imagen del personaje que nos metió en la cabeza el cine. Como fuere, nuestros cuerpos intervenidos van a necesitar de esa poesía. Y también los nuevos cuerpos automáticos que vayamos creando, que de hecho ya estamos creando. Al final lo que importa no es tanto la ciencia como la melancolía.
Viernes, más tarde. Revista Paco cumple años y Mavrakis, retomando palabras de Godoy, dice que tuvimos el talento de objetivizar en Internet la fuerza de nuestra amistad. Es una definición muy precisa.