Lunes. Me transformé en una nómade. O debería decir soy un poco más nómade ahora. Ser un nómade, o copiar esa gestualidad, solo le puede parecer una ventaja o algo atractivo a una persona muy ignorante o aburrida de sí misma.
Martes. Tengo sueños realistas y fragmentarios. No siento la necesidad de narrarlos. Donde estoy viviendo hay libros pero no hay biblioteca en la pared. Los libros están en el piso, apilados, o sobre la mesa. La mayor parte son libros sobre política y economía, hay algunas historias del sindicalismo argentino, y una edición de El Capital en tres tomos. Me fijo en el pie de imprenta. Está impreso en Moscú.
Miércoles. Veo de Punisher. Recuerdo vagamente que Mavrakis la elogió alguna vez, en alguna conversación perdida. En la mitad del primer capítulo tengo que parar para sacarle fotos a la pantalla porque hay un diálogo entre dos veteranos de guerra, abajo de un crucifijo, cuando ya terminó el grupo de ayuda, que vale una serie completa. O dos, o tres. El negro que coordina el grupo apila las sillas. Frank Castle, el protagonista, llega sobre el final a devolverle un ejemplar de Moby Dick que le prestó. El negro le habla de un veterano muy joven, pero al mismo tiempo muy cansado y dolido de la guerra y la vida civil. Le cuenta que maneja un taxi de noche. Le dice este párrafo: “Sospecho que habla consigo mismo en el espejo. Y eso es parte del problema. Ya nadie quiere ser lo que es. Internet, las redes sociales, los programas de talento para idiotas. Todos quieren ser otros. Nadie es feliz con mirarse al espejo y verse a sí mismo. Significa que no tienen que hacerse responsables.” Cuando la escena termina el negro le avisa a Frank que si se sigue melancolizando, le va a dar una paliza con su pierna ortopédica. Es una escena de camaradería, de resignación, de nobleza, una escena entre hombres que se conocen y se aprecian. Lo hablamos una vez con Mavrakis. Nos gusta el cine clásico. Las variaciones al tema del héroe. Los pequeños momentos de libertad y verdad que aparecen cuando un hombre lucha contra un monstruo, contra muchos monstruos, contra sí mismo, contra todos, contra nadie, contra su propio destino.
Jueves. Leo un aforismo de Anzoátegui sobre Stalin en De tumbo en tumba. Lo copio entero: “La condenación del culto de la personalidad es una de las más bajas abominaciones modernas. Importa el triunfo del culto a la mediocridad, la democratización de los valores humanos, la abolición de la facultad de admirar, de rendir pleito-homenaje al ser superior, que e sun facultad inherente a la naturaleza del hombre. Stalin fue un criminal. Enjuiciémoslo como tal. Pero no por el delite de no haberse conducido como un mediocre. Porque es preferible admirar al Diablo antes que no admirar a Dios ni al Diablo. Lo primero es diabolismo, que tiene el remedio de la exorcización, lo segundo es eunuquismo, que no tiene remedio.” Hasta ahí el aforista. En De tumba en tumba, Anzoátegui escribe al pasar, es casi como una red social, como un blog ordenado, como un diccionario de biografías incompletas, arbitrarias y magnéticas. El párrafo es rico porque logra dar con el punto de inflexión de la ambigüedad del personaje, un asesino de masas, un demoledor de las tradiciones de Occidente, pero al fin también un gran hombre, un hombre carismático, un líder. La caracterización de Stalin que hace Anzoátegui es muy compatible con la gran biografía intervenida que está escribiendo Robles. Así que le mando el fragmento. Eso desencadena un intercambio sobre la política y las formas del discurso. La amistad es disfrutar hablar de las mismas cosas una y otra vez.
Viernes. El verano siempre es demasiado corto.