Lunes. Soñé que estaba en una pequeña aula, con docentes y alumnos de guardapolvo, en un acto donde se celebraba alguna efeméride de San Martín. Había un busto, una bandera, pupitres, gente de pie. Me escapaba hacia los techos de ese lugar, y muy rápido llegaba a los fondos donde había árboles y edificaciones abandonadas. Desde esa altura, donde ya me sentía mejor, veía un patio con macetas y azulejos, y una puerta de vidrio que daba a una cocina. El día estaba hermoso, el cielo azul, el sol... La interpretación de esos tres lugares, uno del que huía, otro que me salvaba, salvaje, y un tercero, apacible, pero inaccesible, es obvia. Fue un sueño banal. Pero lo recuerdo con cierta gratitud. Sentía un poco de culpa a abandonar al Padre de la Patria, pero no era a él al que abandonaba, sino a su panegírico institucional.

Más tarde. Salió el libro de Diego en Ediciones Paco. Se llama La felicidad según Coca Cola. Vi la caja llena de libros, las tapas. Sentí alegría.

Martes. Hacia las seis de la tarde, en las puertas de la primavera, a mi viejo escritorio entra un suave rayo de sol que ilumina un dibujo que Carlos Masoch me regaló hace años, cuando escribía sobre su vida. La luz, concentrada y cálida, dura muy poco y se va. Mi libro sobre Masoch se llama Masoch y todavía no se publicó y no sé si se publicará alguna vez. Es uno de los mejores libros que escribí pero era fácil porque Masoch está lleno de historias y de talento. Leo otra vez el poema de Haydn que escribió Tranströmer: “No nos rendiremos pero anhelamos la paz.”

Miércoles. En las estaciones espaciales el sexo está prohibido, por lo tanto, sabemos que es el lugar donde más se goza cuando se fornica. En el futuro, el papel no va a existir más. Se va a perder su memoria y los historiadores van a confundir libros, papel higiénico y dinero. La cara descompuesta, la cara compuesta. Las naves espaciales no excretan. Noto que los guiones de las películas que produce Netflix los escriben los abonados, no los guionistas, por eso son tan previsibles. El conocimiento tan profundo de la masa abonada termina digitando tramas, escenarios y estéticas. Los actores tienen un poco más de libertad. Pero la neurosis de los abonados domina todo. Un arte democrático, casi electoral, donde el artista es siempre artesano del tirano. Una situación que pronto se va a romper y surgirá lo nuevo. Leo un artículo en la Vanity Fair titulado: “Cómo los Macri cayeron en desgracia.”

Jueves. Soñé que estaba en una cama con Mavrakis y la cama estaba a la intemperie, en un piso, como en una terraza. Quizás incluso la cama estuviese sobre la calle, o en un balcón. Y enfrente se veía la estructura gris de un edificio en construcción. En algunos puntos, las columnas y las vigas había empezado a ceder. Era algo curioso y un poco intimidante. Entonces yo agarraba mi teléfono para sacar una foto y Mavrakis usaba su propio teléfono como un puñal y golpeaba la pantalla del mío que se astillaba. Los vidrios sueltos caían al piso.

Viernes.  Una mujer. Las redes sociales. El padre irresuelto. “La mujer que cada vez que abría Internet, veía la cara de su padre.”