Lunes. Me conseguí un ejemplar de Yorga, el hombre lagarto, una fotonovela de 1973. La fotonovela es un género raro, mucho más estático que la historieta, y lo que cuenta esta es muy bizarro. Yorga es una especie de superhéroe lumpen. En la vida diurna, hombre normal, que luego transforma en un hombre lagarto para luchar contra los malvados o todos los que intenten lastimarlo. Cuando está convertido en hombre lagarto es invulnerable a las balas y tiene una fuerza sobrehumana. La careta del actor parece un pasamontañas dibujado de escamas. Mi ejemplar trae una aventura que se llama Safari al infierno en la que Yorga pelea contra un grupo de guerrilleros en lugares que recuerdan el delta del Tigre. En la tapa aparece un guerrillero con sombrero blanco y corbata blanca, una ametralladora y barba. Lo que más me impresiona de la revista es que se haya hecho en 1973, el año de la vuelta de Perón a la Argentina.

Martes. Nunca hay que olvidar la parte positiva de la dialéctica crítica. James Elrroy sigue vivo en algún lugar de Los Ángeles.

Miércoles. Política y libros, tematizar ese cruce, uno de los grandes desafíos de los escritores que escriben ficción. Quizás esa sea la respuesta a la pregunta que se hace Barthes en ¿cómo vivir juntos? Mi hijo no me deja leer. Pongo música italiana y bailo con él. Robles me hace leer La lotería, un cuento clásico de Shirley Jackson. Es sobre la violencia anónima, el azar y la burocracia del sacrificio. Se publicó en 1948, en el New Yorker. La lotería de Babilonia de Borges es de 1941. Ninguno de los dos me gusta en su estilo. Uno es muy rústico, el otro, muy elaborado. De hecho, Borges parece una parodia de Borges escribiendo así. Pero creo que el cuento de Borges es mejor.

Más tarde. Escucho un acústico de Billie Eilish. Lo escucho una vez, y luego varias veces.

Jueves. Leo a Stephen King. Leo formularios de becas y subsidios. Prefiero a King. También leo mi cuenta de correo electrónico. A la noche vamos con Robles a tomar una cerveza con un grupo de gente para brindar por la salida del libro de Diego. Cuando llegamos, Guerberoff ya estaba ahí.

Jueves. No leo nada, no me concentro en nada. No escribo nada. Ni una página, ni una línea. Pero leo el libro de Diego Vecino. Es muy bueno.

Viernes. Cuando mi hijo se duerme en el sillón, frente a la televisión, siento que podría escribir una novela de una sentada. La casa entra en una calma muy especial. A veces estamos los dos solo, él, dormido, y yo, despierto, y siento esa paz, esa ecuanimidad creativa. Nunca duerme más de dos horas. Pero esa sensación me queda en el cuerpo. Cuando está despierto, es muy difícil escribir cualquier cosa.