Sábado. Hacia las diez de la noche tomo el 152 hasta Retiro. Saliendo del centro, el colectivo para en un semáforo y desde la ventanilla veo al conserje de un edificio. El edificio es señorial, antiguo. La puerta es de hierro y vidrio, y atrás, en el palier mal iluminado, el conserje lee. El semáforo es largo y eso me da tiempo para estudiar los detalles. Pero no sé qué lee. No logro ver qué lee. Es un libro, pero ¿cuál? Pienso en el silencio, en la noche larga. Lo envidio. Cuando el colectivo arranca leo dos líneas más de un cuento de fantasmas de Henry James. Unos minutos después me anticipo. Tengo tiempo. Falta una hora para la partida. Así que camino un poco por El Bajo. Encuentro una parada de Metrobus que se llama Ricardo Rojas. No hay mucha gente, aunque se ve algo de tráfico nocturno. Le dedico un pensamiento a Rojas. Es un pensamiento amable, de entendimiento. Después llego a la terminal con esa mezcla de euforia y soledad ansiosa que me agarra cada vez que voy a dejar Buenos Aires.

Domingo. El micro de Plusmar es excelente. El asiento se reclinaba hasta los cero grados. Dormí todo el viaje y me desperté llegando con un paisaje de pampa. Ir de Buenos Aires a Bahía Blanca implica cruzar la provincia de punta a punta. Me hospedo en el Hotel Argos, donde también se hospeda un grupo de rock. Todo el crew desayuna a unas mesas de donde desayuno yo. Los miro sin pudor y sin curiosidad.

Domingo a la tarde. Bahía Blanca. Punta Alta. Colectivo. Trazo el itinerario. El recepcionista del hotel, sin embargo, me dice cualquier cosa. Me da mal los números de los colectivos, mal los precios de los taxis. Primero es el colectivo 519, después otros, al final se decide por el 319. El remis sale 300 pesos. Después 350. Al final termina saliendo 800. En la parada de taxi, 750. Un taxista que pasa dice que son 1000. Me decido a espera el 319. Cuando llega, veo que en el costado de la puerta tiene el mapa de las Malvinas con la bandera argentina y la leyenda “son argentinas”. Visito Puerto Belgrano de noche.

Lunes. Voy en taxi hasta Ingeniero White. Almuerzo mariscos en Stella Maris, el único restaurante de la zona. Visito el puerto, el Museo del Puerto y FerroWhite, el museo de los ferrocarriles. Saco fotos. Anoto en mi libreta la frase: “Argentina la hicimos los italianos.” La vieja usina parece un castillo medieval y eso me hace pensar que el peronismo fue nuestro gótico. El movimiento gótico. Tanto en el Museo del Puerto como en el FerroWhite leo y fotografío todos los nomencladores. Me llama la atención que esos redactores anónimos se permitan el humor y la ironía. También saco fotos de las fotos que ahí se exponen.

Martes. Reviso las fotos que saqué ayer. Me sorprende la historia y la centralidad y variedad de instituciones de Bahía Blanca. Me sorprenden los museos, el puerto, el polo petroquímico, la base, la ciudad, las marcas de la inmigración, los bares, los barcos. Toda esa centralidad con respecto al Atlántico sur, sin perder relación con el agro, articulando muchos mundos que son diferentes, a veces incluso contrapuestos.

Miércoles. No leo nada. Más tarde leo que Bahía Blanca tiene trescientos mil habitantes y es la décima ciudad argentina.

Jueves. Vuelvo a Buenos Aires. El viaje, muy malo. Lluvia en la ruta y el micro frenando y dando bandazos todo el tiempo que me despertaban y me sobresaltaban. En el horizonte, rayos todo el tiempo. Después, desayuno en Retiro leyendo a James. El día en comparación con la noche es plácido y amable.

Viernes. La separación te transforma en un soldado de infantería. Siempre cargado. Siempre de acá para allá. Con horarios inflexibles. Hurry up and wait. Pero separarse de Buenos Aires es imposible.