Lunes. Soñé que le explicaba a alguien dónde y qué cosas había estudiado. No recuerdo nada más. Ahora en la web, miro óleos de Marinus van Reymerswaele que se dedicaba a pintar banqueros y usureros. (También pintaba a su mujer.) ¿Cómo empieza una historia? A veces con un titular de diario: “El stripper argentino que le pateó el auto a una mujer en Chile aseguró: No soy violento.”

Martes. Los escritores moralistas o morales contra los escritores dialécticos. ¿A qué bando pertenezco? Creo que mi aspiración es moral. Aunque, claro, moralistas y morales no son lo mismo… La dialéctica siempre es un habla contemporánea.

Miércoles. Soñé que estaba en un McDonalds de Brasil y me enteraba de la muerte de Fogwill. Eran las siete y media de la mañana. Recuerdo el aire acondicionado. Yo estaba en ojotas. Me miré los pies. Estaba relajado, de vacaciones. Había trabajado todo el año. Tanto estudio, tanto trabajo, siempre trabajando. Escribiendo y leyendo, asumiendo responsabilidades, viendo que otros hicieran lo que tenían que hacer, atendiendo a mi familia, soportando, comprando, vendiendo, haciendo dinero. Pero Fogwill se había muerto en un hospital de Buenos Aires, acompañado o solo, no importaba. Y yo estaba en ese McDonalds de la costa de Brasil y me enteré. A la vuelta, pensé, iba a vender mi auto y comprar uno mejor. Y en el free shop tenía que conseguir un whisky, Bourbon, que es lo que tomaba Faulkner. No había que sacar créditos. Ese año no. Había que esperar. Las inversiones eran lentas. Me hubiera gustado estudiar una carrera con matrícula, pensé. Fogwill se había muerto, después de escribir novelas, de pensar, de intervenir con artículos, pelear, agredir a otros, leer. Era buen lector, pensé. Me gustaba. No perdía el tiempo. Era un lector concentrado. No se distraía. Aunque la pose, claro. Polémica y pose. Pero eso era lo de menos, esa agresividad. Había que ir por arriba de eso. Entenderlo. A las siete y media de la mañana el McDonalds estaba vacío. Había un empleado limpiando el suelo. Las luces eran reales. En unas horas Brasil se iba a despertar con toda la mugre de Brasil, con ese asfalto bajo el sol. Yo me iba a ir a la playa, al mar, a nadar. Iba a evitar al menos un poco de tráfico brasileño de las ciudades balnearias. Y ese portugués pastoso que da asco y curiosidad. Pensé que era una buena idea comprar un masaje. Buscar ese placer, ese alivio. Un masaje en la espalda. Que me aflojara, que aliviara mi tensión. Quería invertir en eso. Después podría volver a Buenos Aires, a seguir acumulando, a seguir intentando, ganando, perdiendo. Fogwill se había muerto y yo estaba en un McDonalds de Brasil. Eran las siete y media de la mañana. Estas cosas pasaron en mi sueño.

Jueves. La riqueza y la debilidad, al mismo tiempo, de la frase “no hay relación sexual” está en el “no.” Lo que menos importa es lo sexual. No hay relación sexual. No hay relación. No hay. No. Todo lo que apuesta a la negación, a la nada, al no, al final gana. La de Lacan es una simplificación facilista. Está en nosotros agregarle los matices.

Viernes. Hay que empezar a mandar basura al espacio. Pero antes se viene el debate televisivo sobre qué es basura y qué no es basura con panelistas invitados de toda la galaxia.

Viernes, más tarde. El proyecto chino de Basura Cero implica mandar grandes cantidades de basura al espacio y hacerlas detonar con explosivos nucleares. El principal problema consiste en no generar por error una lluvia de desperdicios lunares. En el espacio, sin humedad ni bacterias, nada es biodegradable. El carozo de una aceituna adentro de una lata de Coca-Cola duraría flotando en la nada el mismo tiempo que una estrella. El primer ministro chino acaba decir que la basura no tiene forma y que todo aquello que carezca de forma será basura y como tal se lo enviará al espacio para su destrucción.