Lunes. Sobre Avenida Libertador, a un viejo se le cayó la billetera. Papeles, documentos y billetes se esparcieron cerca del cordón de la vereda. El hombre los fue juntando uno por uno, con cansancio, de forma lenta. La gente lo miraba. Si hubiese mostrados los genitales habría sido apenas un poco más impúdico. Pero no mucho más.
Martes. Unos versos: “Built with stolen parts, a telephone in my heart, someone get me a priest, to put my mind to bed.” Y la pregunta fundamental del hombre lector: “is this a cure or is this a disease?” Más tarde. “Rechazar la repetición es propio del esteta, repetir sin entusiasmo del fariseo. Pero repetir con entusiasmo es el hombre.” Leo esta frase en la web y, de golpe, sucede lo que no sucede nunca, no encuentro el autor. La situación va a tono con la idea general de la frase, incluso con sus matices más nítidos. Anoto un sueño: salones, como en Versalles, separados por antecámaras y otros salones de espera. Suntuosos, de diferentes colores, en todos se comen, se bebe, son como restaurantes. Voy pasando como en un travelling. En el salón final, una puerta a una casa más austera, de colores más apagados. Y ahí, en un pequeño jardín, al aire libre, un hombre come cerdo con la mano. Después me desperté tarde. Me miré al espejo. Estaba cansado y no había dormido mucho. Fue un segundo pero vi mi cara de viejo. Pestañeé y volvió mi cara actual. No me asusté. Tampoco me angustié. Me dio curiosidad. Después, casi como siempre, llegó el momento de amable resignación.
Miércoles. Empezar a escribir es difícil. Se parece a estar en casa y tener que salir acompañado. Ella, la compañera, que es el diablo, tiene entre treinta y cuarenta años, un amplia espectro de edad. Y todavía necesita arreglarse antes de partir. El escritor, ya listo, espera entre la puerta y la biblioteca. Cuando la espera finalmente llega a su fin, hay dos o tres amagues más, y luego uno sale y la noche puede ser perfecta. La clave es la paciencia.
Miércoles, más tarde. Nelson Rodrigues no es para leer en vacaciones. Más bien al contrario. Hay que leerlo antes de comenzar el año, la tarea, el trabajo. Tiene el swing de la ciudad, del esfuerzo cotidiana, de la rutina urbana. Hago mal en leer antes de pensar en salir de ferias a Brasil. Pero soy argentino y mis tiempos se manejan así. As armas e os barões assinalados, Que da ocidental praia Lusitana, Por mares nunca de antes navegados… Sigo leyendo a Carella. Me gusta lo que cuenta en forma de diario, pero su anticipación del “delirio” le quita fuerza a la prosa. ¿Por qué avisa tanto? No hace falta explicar, anticiparle al lector que eso que llega es producto de la fiebre. Lo que leo se publicó en 1968, y lo siento algo influenciado por el momento, por el éxito de Rayuela y ese tipo de escritura.
Jueves. Compré la traducción que hizo Pablo Gianera para Interzona de Himnos a la noche. Hay mucho en Novalis todavía por trabajar. Sus ideas tienen plena vigencia.
Viernes. Muy temprano llego a Necochea. Viajo bien en un micro con aire acondicionado. El calor húmedo de Buenos Aires me asfixiaba un poco. La ciudad es plana, baja, amplia, de calles grandes. En el centro, donde desayuno con mi anfitrión, Axel Diaz Maimone, corre un aire agradable. Es muy temprano. No hay gente en la calle. Hablamos de Bioy Casares y de Victoria Ocampo. Contamos anécdotas. Necochea parece una ciudad de Siberia en verano.