Lunes. Las palabras que más uso: nada, todo, todos, nadie. Las uso mucho. No sé por qué. Nada, todo, todos, nadie. En ese orden podrían componer un mantra moderno.

Martes. Vi varias películas de Netflix, todas muy bien hechas desde lo visual y con tramas clásicas, que me generaron una cómoda indiferencia. No tiene sentido consignar los nombres. Pero The Lobster me gustó. Fue una sorpresa. Su mensaje de fondo sobre la indolencia y la soledad, y sus denuncias irónicas de las reacciones de los hombres frente a sus problemas, me parecieron adecuadas pero sobre todo me resultó magnético su trabajo con la arbitrariedad y las costumbres. The lobster es eso, una película sobre cómo las costumbres nos hacen morir un poco cada día. También vi Into the forest, una película aburrida y de trama más bien barata. Dos mujeres fértiles en edad de ser preñadas matan o dejan morir al padre para enfrentar los amenazantes peligros de la libertad. En palabras sardónico-freudianas sería una larga metáfora del miedo de la mujeres a dejar de ser hijas y empezar a ser madres. Esa fobia, tan contemporánea, a sostener responsabilidades. Pero más allá de estas semidesgracias, tiene un acierto ligero y feliz. El apocalipsis llega sin zombies, sin terremotos, sin tsunamis, sin explosiones de lava ardiente. El colapso lo trae la interrupción en el suministro eléctrico. Nada más. Con eso alcanza. Un mundo sin electricidad es hoy un mundo salvaje, desenganchado de sí mismo. Una vez escribí que éramos unidades de consumo de electricidad y trigo. Lo del trigo parece ser la parte menos importante. La electricidad es nuestra civilización. Somos una civilización eléctrica. Esa es nuestra verdadera modernidad, nuestro momento. (Hay un personaje secundario en la película, el noviecito ocasional de la hermana menor, que les propone irse a la costa Este donde, al parecer, todo está recomenzando. En un momento dice: “Vamos al Este, allá volvieron a la normalidad, hay comida, agua, medicinas, trabajo.” Lo repite varias veces. Trabajo. Desde ya, trabajo hay en todas partes. En ese mundo si no te procurás el alimento, simplemente morís. Pero a lo que se refiere el intrépido joven es a trabajo con otros, en relación de dependencia, dentro de una estructura, con responsabilidades y salario. Desde ya, las hermanas no lo siguen.)

Miércoles. El proyecto de Balzac: retratar una sociedad y luego morir. No es el peor proyecto. Hay novelistas que todavía se dejan tentar.

Jueves Santo. Abro un cajón de la cocina y hay demasiadas porquerías, residuos que simulan cierta utilidad. Encuentro una caja de antibióticos que nunca tomé. No sé de quién son, o de quién eran. Leo el prospecto. También hay un cassette de cromo. Leo los nombres de las canciones en la parte de atrás de la tapa. Es una lámina muy pequeña. La cinta esté enredada.

Viernes Santo. Escribir tratando de escribir lo menos posible, la menos cantidad de palabras. Vuelvo al ejercicio de imaginar esos libros que jamás vamos a leer. Luego paso al más convencional y narcisista de los libros que nunca vamos a escribir. (Hace poco compré el libro de Steiner sobre el tema, pero apenas pude leer dos páginas.) El éxito no es suspender la escritura como decía Tolstoi, sino lograr la condensación, que es la base de la poesía, como quería Ezra. Es algo obvio. Y hay placer en desafiarlo.