Sábado. Se presentó con un video en YouTube la fórmula Alberto Fernández presidente, Cristina Fernández de Kirchner vice. Eso fue a la mañana. Al mediodía encontré en la cuenta de Twitter de Alberto esta respuesta a uno que lo increpaba: “No te contesto porque advierto tu ignorancia. No tenés idea. Ahogate en tu odio.” Por la tarde, fui a nadar.

Lunes. Toda plataforma termina destilando una moral. Y toda moral, un patíbulo. ¿Y ese placer de acusar? Niegan a Dios y se erigen, sin quererlo, en jueces. ¿Jueces con vocación de justicia? Más bien de poder. Luego, cuando menos experiencia se tiene, más se juzga, porque juzgar es una experiencia. Y el vacío de la teoría aterra. “No nos toca a los modernos decirlo de nuevo ni empañar la memoria de los muertos diciendo lo mismo pero con menos habilidad y convicción” escribía Pound. Pero, ¿cómo evitarlo? ¿Cómo evitar la degradación? Esos muertos, bañados por el tiempo, tienen todas las de ganar. ¿Cómo no repetir, Ezra? No sé si es posible eso. La bifurcación ofrece también el camino de callar, que quizás después de todo sea un camino bueno, cómodo, bien asentado.

Martes. La preocupación por el ritmo me hizo dar lo mejor y lo peor de mí.

Miércoles. Empiezo mi lectura de Sinceramente, el libro de Cristina. Mentira, lo estoy leyendo hace por lo menos dos semanas, pero sin orden. La prosa fluye. Lo abro y leo y me engancho en cualquier parte. Es un libro construido desde lo oral. Eso es un acierto. También recompone en sus idas y vueltas momentos que hacen a mi propia biografía política y personal. Me alegra ser contemporáneo de ese libro, de verme reflejado en él.

Miércoles, más tarde. Hay muchos haciendo fuerza por el anti-ser y sus siniestras caricias. Das Nichts selber nichtet. Matar a Procusto fue la última aventura de Teseo en su viaje desde Trecén hasta Atenas.

Jueves. Nelson Rodrigues se sentaba en su escritorio, y escribía a máquina una columna por semana, o dos o tres, artículos que podían ser historias de amor y adulterio, opiniones políticas, fragmentos de futuras memorias, comentarios sobre fútbol o sobre sus amigos. Lo hizo durante toda su vida, como un artesano esmerado, con una capacidad de concentración y una inventiva admirable. Se dice que Shakespeare necesitaba las tablas como motor creativo, Nelson también sentía esa demanda. Escribía a pedido, con la presión de la entrega diaria. Pero qué bien lo hacía. Ayer decidí ir a la biblioteca y me lo volví a encontrar. En el verano lo estuve releyendo y encontré algunos de sus libros desordenados. Noté, hoy, que hay algo falaz en cifrar en la demanda de la columna diaria una fuerza. ¿Por qué digo esto? Porque yo no podría escribir así ni a punta de fusil. Hay en Nelson una potencia que excede toda coyuntura. Él diría uma potência neurótica. Yo, en cambio, ocupo este espacio, estas notas desarticuladas, eso puedo ofrecer. Apenas un poco más. Qué bien escribía Nelson. Dios lo cuide.

Viernes. ¿Podríamos decir que los historiados ocultan dos veces? Ocultan eso que es la política y la técnica, ocultan esas tensiones, con cientificismo y posiciones liberales, pero también niegan o ocultan que están ocultando, o desmereciendo.

Sábado. Vuelvo a ver El desencanto, la película del 76 que Jaime Chavarri dirigió contando la historia de la familia Panero. “Aquí estoy yo, Leopoldo María Panero, hijo de padre borracho y hermano de un suicida, perseguido por los pájaros y los recuerdos que me acechan cada mañana escondidos en matorrales, gritando porque termine la memoria y el recuerdo se vuelve azul y gima, rezando a la nada por temor.”