Lunes. Visita a Napolitano en el conservatorio. Me levanto, desayuno y salgo. Me demoro caminando. Luego subte y casi enseguida la calle Pasteur. De ida voy hacia Córdoba por la mano derecha. Leo los nombres de los muertos por el atentado a la AMIA. Paso por la puerta de la mutual. Camino un poco más. Llego a Córdoba y espero a Napolitano en la puerta del Conservatorio, que está en obra. Un grupo de operarios perfora una pared con un taladro. Napolitano me dice que necesita dinero y vamos al cajero de un banco. Antes de llegar ya estamos comentando un libro. Después hablamos de música. Napolitano me cuenta anécdotas personales, y va de Coltrane a Wagner, citando libros y obras como si no hubiera distancia. Cuando vuelvo por Pasteur camino de la otro mano y encuentro la pequeña placa que recuerda a Juan Carlos Terranova, el panadero muerto por el atentado a la AMIA.
Martes. De El desencanto, rescato a Luis Rosales, un personaje secundario pero que me convoca a pensar. ¿Por qué? Rosales es el amigo del gran poeta franquista Panero, el segundo siempre cerca, el que le daba la conversación y rivalizaba con su mujer en atención. Hay registro de un panegírico. Filmado, adusto, Rosales despide a su amigo con virilidad castellana, hoy muy parodiable. La mujer lo recuerda con un ligero resentimiento risueño. La película, escandalosa en su momento, hoy es mucho más sutil. Ahora entro en Wikipedia a leer sobre Rosales. Leo que nació en 1910 y que en 1982 le dieron el Premio Cervantes. Copio parte de la entrada: “En 1937 publica en el diario Patria de Granada, el poema La voz de los muertos, probablemente uno de los más importantes escritos durante la guerra civil, elegía a todas las víctimas de ambos bandos, en el que quedan fuera cualquier expresión de triunfalismo o exaltación. A partir de ese mismo año Rosales colabora en la revista falangista Jerarquía. Colaboró también en el diario Arriba España y en la revista Escorial. Fue secretario de redacción y director de Cuadernos Hispanoamericanos. A partir de 1978 dirigió Nueva Estafeta, revista única en su época por incorporar entre sus colaboraciones obras escritas en las distintas lenguas de España (castellano, catalán, euskera o gallego).” Leo también que hizo algunas misiones diplomáticas para el franquismo. ¿Qué tan cortesano y arribista era? Los títulos de sus libros me generan una mezcla de desinterés y candidez, en los que, no sin resignación, me veo reflejado.
Martes, más tarde. De La casa encendida de Luis Rosales: “Y yo recuerdo que le dije algo queriéndola vendar,/ queriéndola de pronto irrestañablemente,/ y ella me contestó:/ No se preocupe:/ me nacen arañazos cuando espero.”
Miércoles. La relación del académico con el estilo es vigilada por otros académicos. El crítico está solo. De ahí que la disciplina en él sea tan importante.
Jueves. Avanzo una reseña del libro de Cristina. Luego me trabo. Leo una línea de Leopoldo María Panero: “Los libros caían sobre mi máscara (y donde había un rictus de viejo moribundo), y las palabras me azotaban y un remolino de gente gritaba contra los libros, así que los eché todos a la hoguera para que el fuego deshiciera las palabras…”
Viernes. Ayer fui a buscar Pensado y escrito de Alberto Fernández, una compilación de artículos que sacó Ediciones B en el 2010. No se me ocurre peor título para un libro que Pensado y escrito. Es de una redundancia idiotizante. Sin embargo, los títulos de los artículos son sugerentes y en su parquedad, atractivos. Por ejemplo Los malos consejos del viejo Vizcacha o El Bicentenario del desconcierto. ¿Qué le podemos pedir a un futuro presidente, a un candidato firme a la presidencia? ¿Se le puede pedir que escriba y piense bien? ¿O eso implica un desvío de la función de candidato, político y primer funcionario? Quizás escribir sea un lujo, o una banalidad, o ambos. Quizás no. Como fuere el libro de Cristina cumple bien su género y lo hace con fluidez y precisión. Comparar esa Cristina del 2019 con el Alberto del 2010 es un ejercicio político que excede la letra, y reenvía al lector al territorio, siempre menos firme, de la política.