Lunes. Me hubiera gustado dedicarme a la lingüística. No solo de forma amateur como lo hago hoy. ¿Podría? Recuerdo que los lingüistas de mi facultad eran unos taradúpidos que se la pasaban haciendo arbolitos de Chomsky, despolitizados, liberales, no entendiendo el peso de cada palabra, indiferentes al hecho irrefutable de que cada enunciado se desdobla en mil políticas y en mil historias. La lingüística es una disciplina política antes que literaria. Incluso la lingüística histórica. Las lenguas no evolucionan sin el peso de lo social. Hay bibliografía al respecto. ¿O no es acaso la teoría de Saussure una teoría del sujeto? Napolitano fue hasta Flores a buscar un libro sobre Bartok que al final no consiguió y de vuelta pasó por casa. Tomó un vaso de agua. Le regalé un libro mío, para que el viaje valiera algo. Hablamos de la autonomía del arte. Fue una buena charla.

Martes. ¿Cuándo fue que se transformó en militancia el chisme y el qué dirán, doctor? La política afectada por las redes sociales, donde toda posición recae en la anécdota y en la acusación. Es primitivo y si no fuera tan siniestro, tan regresivo, podría ser hasta lírico. Inmolación y chismografía. Una sociedad donde importan más las percepciones que las lecturas es una sociedad mucho más fácil de colonizar y dominar. También es una sociedad más paranoica, más dada a no reconocer ni buscar ni dejarse guiar por la verdad, y por lo tanto una sociedad llena de individuos que dudan, que tienen miedo, cuya identidad ha sido lavada y procesada. La literatura que se lee en el colegio secundario describe ese proceso y sus peligros. Kafka, Cortázar, Borges, Arlt, Ana Frank, Echeverría, Sarmiento… Y sin embargo, es algo que no se aprende, que no termina de ser asimilado. ¿A qué se debe esa resistencia?

Miércoles. Después de pensarlo bastante, de forma acerada y también intermitente, creo que leo para combatir el aburrimiento. Así fue desde el principio. Desde las primeras lecturas. Mi mundo infantil, escolar, y hasta cierto punto familiar, era aburrido. Leer me sacaba de ahí, me ponía en un lugar productivo, activo, secreto, deslumbrante. Luego, llegó lo otro, lo de escribir: entiendo que algo diferente pasó. Primero, porque perdí la lengua de mis padres que es el italiano y después porque amo esto que algunos llaman “el español” y que en realidad es una variación dialectal del castellano. Pero ¿cómo es ese amor?

Jueves. Fui con Pierina a Bagatela, el local de porquerías y cosas usadas de Primera Junta y estuvimos viendo las vitrinas llenas de muñecos y souvenirs. Compramos dos discos de vinilo de la década del 70, uno de Barry Withe y otro de Boston, una banda de rock estilo Steppenwolf. El local es muy fotografiable. Sobre los aparadores del fondo se alinean máscaras con las caras de personajes de comics y películas. Saqué una foto donde se ve, en el centro, el retrato más famoso de Psicosis con Vera Miles gritando en la ducha y abajo alineadas, la máscara de La Máscara, la máscara de Vendetta, que también es una máscara doble, los cuernos de Maléfica, algunos antifaces de carnaval, y sobre la derecha, las caras serias de Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner. ¿Psiquiatría, espectáculo y política? En la foto, aparece, muy iluminado, un cuadro de M. C. Escher donde el cielo se confunde con los peces y las aves. Es la imagen del resplandeciente barroco contemporáneo, perdida en Bagatela, lejos el mejor local de Primera Junta, el más complejo, el más amable, el indispensable. Cuando nos fuimos el dueño le explicaba a dos jóvenes quién había sido el Che Guevara. Hablaban en inglés. Parecía una escena de película argentina de la década del 80. Una no necesariamente mala.

Viernes. Los cuatro años que vivimos en perplejidad. Pero, más allá de eso, ¿no me pasé todo el kirchnerismo leyendo sobre la Segunda Guerra Mundial acaso? No se preocupe: me nacen arañazos cuando espero.