Domingo. Hace unos días se cumplieron diez años del suicidio de Báñez. Lo recuerdo con cariño y también, siempre, con un poco de sorpresa triste. Sus libros me siguen llamando. La novelas que dejó —casi todas novelas de tesis, aunque muy cruzadas con una astucia que puede parecer picaresca— me resultan lugares habitables y misteriosos. Hay mucho en Báñez para recorrer. Lo había antes de que se fuera y lo sigue habiendo hoy. (Me gustaría escribirle un correo para contarle tantas cosas… Para señalarle con síntesis mis lecturas. Me gustaría hacerlo para que me devuelva sus cortesías de siempre, ligeras, mucho más inteligentes que cualquiera de mis palabras.)

Lunes. Jamás nos transformamos en eso que admiramos. No importa cuánto empeño pongamos en hacerlo. Lo que admiramos, por el solo hecho de ser admirado, se nos escapa. Siempre somos y vamos a ser otra cosa. A veces incluso superior, pero pretender que seamos eso que nos despierta la perplejidad postrera de la admiración y el gusto implica un pliegue imposible, un espejo que desde antes de ser pulido, está roto, mellado, lleno de otras imágenes fantasmales que no son la nuestra.

Martes. Daniil Ivanovich Yuvachev, alias Daniil Kharms, escribió una vez: “Nunca fui más feliz que cuando me sacaron papel y lápiz y se me prohibió hacer cualquier cosa. No tenía ninguna ansiedad sobre no hacer nada por mi propia cuenta, mi conciencia estaba limpia, y estaba contento. Eso fue cuando estuve en la cárcel.”

Miércoles. Arlt escribe en El idioma de los argentinos: “(...) los pueblos que, como el nuestro, están en una continua evolución, sacan palabras de todos los ángulos, palabras que indignan a los profesores, como lo indigna a un profesor de boxeo europeo el hecho inconcebible de que un muchacho que boxea mal le rompa el alma a un alumno suyo que, técnicamente, es un perfecto pugilista.” Hay otra versión de esa comparación. Napoleón pelea contra generales austríacos. Los generales austríacos dirigen ejércitos aristocráticos. Hacen una guerra del pasado, con “reglas científicas” del siglo XVIII. Napoleón comanda ejércitos populares que avanzan en pequeños grupos. Estos soldados saben esconderse, arman rápidos perímetros de tiro, se mueven mucho, según la batalla, avanzan y retroceden con velocidad, se separan y se reagrupan y destrozan las rígidas líneas austriacas. Invariablemente Napoleón gana todas las la batalla. Los generales austríacos dicen: “Gana, pero no es científico.” La anécdota se la leí a Laclau en una entrevista. Los ejércitos científicos son “la literatura” pero también el kirchnerismo. Laclau es Laclau. ¿Quién es Napoleón? Hay muchas teorías y muchas historias. Pero la lectura —el favor y la preferencia de la lectura—, va por arriba, por abajo, por el costado, de las teorías. Es un ámbito de mínima especulación y mucho uso. (Incluso cuando se leen teorías.) La política también. En eso se parecen. Son prácticas.

Jueves. Sigo leyendo sobre Yrurtia. Fui a ver el Dorrego que está en la calle Viamonte. Saqué unas fotos, apurado, pensando, ingenuo, que el monumento siempre va a estar ahí.

Viernes. Los versos lacanianos de Echeverría: “Se extiende; triste el semblante,/ solitario y taciturno.” No sé qué es lo que estoy leyendo hoy.