Lunes. Vi tres veces Gremlins con mi hijo. Las tres veces la disfruté. Al final eran un arma biológica del Eje. También se parece mucho a una película contra la depredación y las reformas que encaró Reagan. El miedo del pueblo pequeño y tradicional a ser arrasado por la década del 80 y sus vicios extranjeros. (Creo que por eso los Gremlins generan cierta adhesión. Desde ya hay, como siempre, una lectura freudiano-pop donde la ternura del muchacho y su impotencia para penetrar a la chica se vuelve perversión monstruosa.)
Martes. Ayer, en horario nocturno, esto es minutos antes de las diez de la noche, resonancia magnética. Me pasé veinte minutos metido en un tubo hasta la nariz, estático, pensando. ¿En qué pensaba? Escuchaba los ruidos del aparato que eran lo único que rompía la monotonía espectral de mi paisaje. Todo por un dolor en la muñeca. Si hubiese podido leer, habría sido una experiencia completamente diferente. Pero ¿leer qué? Alguien debería pegar una página con un soneto del lado de adentro del tubo. Y uno que le conteste del lado de afuera, quizás.
Miércoles. ¿Cómo se leerá en el futuro? La pregunta es famosa. Pero hay otra pregunta mucho más importante, ¿hasta qué punto importa esa proyección arqueológica? Me interesa leer y escribir como actividades, el residuo siempre será residuo. Igual hay algo interesante en la proyección, algo entretenido en esa especulación, primero porque se actualiza hoy, porque eso que pensamos pasa hoy, y segundo, porque siempre es atractivo revisar las deposiciones propias. Sigo escuchando las canciones de Hugo Wolf. Me gustaría leer una biografía. Si encuentro una en Mercado Libre la voy a comprar. Escucho Hugo Wolf y trabajo en mi libro sobre Malvinas, mi dos linajes.
Jueves. ¿Me duele la mano? Sí, un poco me duele. Vuelvo a leer la entrevista a Vattimo que publicó El País. En un momento el periodista le pregunta si está escribiendo y el filósofo le responde: “No, estoy ocupado esperando la muerte.” No se lo dice con esas palabras pero es lo que le dice. Atendiendo a lo de la arqueología de ayer. A la noche, cansado, reviso esa historia de la clínica que hizo Foucault. A la historia la llama “arqueología.” ¿Por qué? Porque la historia es demasiado poco para los filósofos de ensayos aristocráticos. (El colmo sería desenterrar como tesoros los propios restos.)
Viernes. Mavrakis me pasó El contragolpe, una antología de artículo de Diego Fusaro, y me compré un libro más de Yrurtia. Siempre las mismas obras, siempre atractivas, misteriosas, siempre las mismas fotos, y al lado siempre los mismos textos impotentes y hasta ridículos frente a la escultura.
Sábado. Lo único que me calma la ansiedad es leer y escribir. Y la ansiedad siempre es política. ¿El día de los aforismos es el sábado o el domingo? No es una pregunta fácil.