Lunes. Finalmente la semana pasada fui al traumatólogo. La burocracia médica ya me predispuso mal. Igual, esperé intentando pensar en otra cosa. Esperar siempre es lo peor. Cuando finalmente el traumatólogo me hizo pasar a su consultorio, me senté y él me saludó con amabilidad. Luego tecleó en su computadora y me pidió que me acercara. “Sí, te rompiste el fibrocartílago triangular, acá está.” Me acerqué. Las manchas de diferentes colores que vi en la pantalla no me dijeron nada. Repitió lo que había dicho: “Sí, te rompiste el fibrocartílago triangular.” Luego se dio una conversación muy breve que puedo sintetizar así. El preguntó “¿te duele?” tres veces. Y yo respondí sí las primeras dos y no la última.

La transcripción sería así: ¿Te duele? Sí. ¿Pero te duele? Sí. ¿Pero te duele? Y aquí ya me venció el pudor. Bueno, no, no… No tanto. Entonces el traumatólogo dijo: “No se te va a caer la mano. Hay que ver. No tiene sentido operar. Hay que ver. Las operaciones a veces no salen bien. Vamos a esperar, si no duele, ¿tiene sentido operar? No tiene sentido. Aparte como no te duele...” Después de eso pasó algo más pero enseguida me despachó con doce sesiones de kinesiología. ¿Kinesiología para algo roto? Ya estaba en la calle cuando leí la receta de las sesiones. Había palabras en tinta azul, palabras médicas, números médicos, pero yo leí una sola cosa: “jodete.”

Martes. Le mando a Mavrakis este cita de Hegel: “...cuando discurre por el tranquilo cauce del sano sentido común, el filosofar natural produce, en el mejor de los casos, una retórica de verdades triviales. Y cuando se le echa en cara la insignificancia de estos resultados, nos asegura que el sentido y el contenido de ellos se hallan en su corazón y debieran hallarse también en el corazón de los demás, creyendo pronunciar algo inapelable al hablar de la inocencia del corazón, de la pureza de la conciencia y de otras cosas por el estilo, como sí contra ellas no hubiera nada que objetar ni nada que exigir.”

Martes, más tarde. Mavrakis no me contesta. Pero se que la leyó.

Miércoles. Cansancio. ¿De qué? De todo.

Jueves. Soñé que una mujer con una sierra me cortaba las piernas. No me dolía. No salía sangre. Mi piernas eran como una carne inerte, blanca. La falta de sangre y la falta de dolor me generaban más angustia. Hago una lista antes de salir al banco. La primer línea: “ponerse los pantalones.” Después, copio horarios. A las 15 horas tengo que estar en el centro. Luego, volver. Después ver a Bob Chow. Luego intentar comprar un colchón nuevo. En la web, leo una dedicatoria personal de Freud a Mussolini en su libro Warum Krieg? Freud escribió: “Un saludo devoto de un anciano que reconoce en el dirigente un héroe cultural; Viena, 26 de abril de 1933.” Freud y Mussolini. Los dos linajes argentinos.

Viernes. Voy a hacer unos trámites al centro. Vuelvo en subte y le saco una foto al kiosco de revista de Estación Congreso. Se ven libros, revistas, historietas, la luz blanca, la acumulación. Es una ética. No hay que olvidar nunca que los porteños echamos dos veces a los piratas ingleses de nuestra ciudad. No una vez, dos veces.