Lunes. En una charla con Macke me surge citar a Pablo. Lo hago de memoria. Y lo simplifico. Después busco Romanos y encuentro la cita original: “Nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza.”

Martes. Quería escribir un artículo para los veinte años del estreno de Fight Club. Así que volví a ver la película. Me volvió a gustar tanto o más que la primera vez que la vi. Y eso que la primera vez que la vi me gustó mucho. Así que tomé notas para un artículo que se podía llamar “Veinte años de violencia.” Me daba el pie de poder ir contra el tabú de la violencia hoy. Pensé en desarrollar cuatro escalones. Primero situar la película. En septiembre de 1999 Mark Fischer la muestra en Cannes. ¿Quienes vieron Fight Club en ese momento? ¿Qué fue lo que entendieron? En octubre se estrenaba en Estados Unidos. Anoté: “La película no envejeció nada. Al contrario, parece una respuesta actual a muchas cuestiones contemporáneas, a agendas de esta época.” En la segunda parte iba a hablar de Palahniuk, de cómo la película redondea y potencia la novela, que no es nada mala. Y que, incluso, se vuelve mejor después de ver la película, algo poco usual. Como esa sinergia que se da a veces en las adaptaciones para cine de Stephen King. Después quería hablar de la música, de los Dust Brothers, los Pixies, y Edward Norton y Brad Pitt en su mejor momento. Los dos ubicados, verdaderos, irónicos, sanguíneos. En tercer lugar se imponía una lectura histórica. Si la década de los noventa empezó en 1991 con The last Boy Scout de Ridley Scott, Fight Club es el cierre de un momento, la demorada respuesta a Fukuyama y el anticipo de lo que vendrá. Pero dentro de la lectura historiográfica hay mucho más. Hoy los violentos son los nuevos negros de un sur subterráneo, los nuevos judíos de Europa acotada e invisible, son los perseguidos, los denunciados, sobre los que hay pocas dudas y sobre los que siempre se sospecha, con sus víctimas reales pero también inventadas, con sus mártires y sus daños colaterales. Y Fight Club señala que la violencia siempre está ahí. Bien leída enseña que erradircarla es también erradicar lo humano, porque el dolor, el cuerpo y la muerte tienen un sentido social y es algo contra lo que luchamos y que al mismo tiempo nos forma. Pero la película no habla de un válvula de seguridad, sino que va más allá. Las peleas desencadenan otra cosa, en algo más ambicioso, porque cuando la fuerza se libera, lo que sigue es pelear a ese sistema que nos mantuvo atados. Bueno, el final de la película es el 2001, más melancólico, sí, pero no por eso menos real. El 2001, las torres cayendo y el amor. Y Edward Norton diciéndole a Helena Bonham Carter: “Me conociste en un momento muy extraño de mi vida.” Hubiese puesto alguna cita de El malestar en la cultura. Y la frase “You are not your fucking khakis” que dice Tyler Durden. Pero estoy cansado y preferí archivar mis notas. Es difícil escribir sobre lo que a uno le gusta. Pero mucho más difícil es escribir sobre eso que a uno lo marcó, le dio su identidad, esa obra en la que uno se vio reflejado. Fight club es la actualización de viejas tradiciones, una película que refina La Naranja mecánica, una novela que es más sintética y superadora que Nana, quizás la mejor novela de Palahniuk pero por eso mismo no tan filmable. Cuando volví a ver la película pensé en Martín Heidegger, en Krmpotic, en El marginal, en esa tradición. Pero no escribí ese artículo. Sí, estaba cansado, pero también no lo escribí porque de alguna manera ya estaba escrito. Pienso mi vida en libros, le dije a Robles, hace unos días. Pero, y esto también se lo dije: ya aprendí a mis cuarenta y tres años, que algunos libros alcanza con imaginarlos, no hace falta escribirlos. Parece una tontería decir eso, pero no lo es. Quizás funcione también para ciertos artículos.

Miércoles. En una librería de viejo de Federico Lacroze y Luis María Ocampo, un local muy pequeño, compré una edición de Los perseguidos de Horacio Quiroga fechadas en 1920, o sea, hace noventa y nueve años. No tiene lomo. Las cincuenta páginas están abrochadas. Es como una de esas novelitas de 20 centavos. Parece que se va a deshacer cuando la toco. Como la edición tiene un costado algo comido y desgastado, el librero, amable, me ofreció que eligiera un libro sin cargo de una mesa de libros de cien pesos. Elegí Los escritores inútiles de Cavazzoni.

Jueves. Twitter es una fiesta del significante, o sea, una fiesta negra.

Domingo. Ayer manejé por la ciudad mientras se hacía de noche. Había llovido un poco. Hacía calor. Vi una parrilla desierta, sin comensales, sobre la calle Ramallo. La parrilla se llama El Gaucho y tiene un asador en la vidriera. Yo estaba en un semáforo, esperando, y pensé en las elecciones y en la ciudad, y en la tradición y la gastronomía. Ahora Alberto acaba de ganar las elecciones. La rueda vuelve a cambiar, una vez más.