Lunes. Fui a la farmacia y el farmacéutico estaba leyendo a Stephen King. Entré al mediodía a un Farmacity grande y vacío, bien iluminado, sobre Libertador. Cuando me acerqué al mostrador, cerró el libro. Llegué a ver que era King pero no el título de la novela. Stephen King es de esos autores donde el nombre pesa más que el título. Me dio pudor preguntarle porque cerró el libro muy rápido y lo guardó.
Martes. Soñé que iba en un micro de larga distancia hacia un muelle cubierto donde debía tomar un hidroavión. Cuando llegaba, veía que el hidroavión tenía una forma rara, una cabina pequeña, y entraba y me acomodaba como podía. En el sueño estaba volviendo y quería volver. Mientras me acomodaba, el piloto del avión me decía que saliera porque tenía que entrar unas mujeres. Yo salía y perdía mi lugar. Luego el piloto me pedía mi pasaje. No lo tenía. Entonces me decía que tenía que sacarlo en una ventanilla sobre el muelle. Todo era de color azul y plata y el agua era cristalina como en una pileta de natación. Entonces, mientras yo me acercaba a la ventanilla, empezaba a ver cómo el hidroavión se iba. Mi reacción en el sueño era tirarme al agua y nadar para alcanzarlo. Estaba vestido, pero me tiraba igual, y quedaba flotando en un agua transparente, intentando nadar, y antes de que pudiera pensar o hacer otra cosa, desde una isla de piedra un grupo de buzos me avisaba que estaban llegando las anguilas pero que no me preocupara porque no me iban a atacar. Entonces yo giraba en el agua y veía un grupo enorme de anguilas muy gruesas, con cabezas negras, que llegaban nadando y empezaban a moderme con pellizcos las piernas. Entonces me desperté. Ahora me dicen que soñar con anguilas o víboras anticipa la traición de un amigo.
Miércoles. “La poesía le ofrece a los lectores el catálogo de una galería de arte, no las pinturas mismas.” Me quedó la frase. Cada vez que la leo la entiendo y disfruto mejor, es tan precisa… La palabra clave es “catálogo” y lo que importa es el efecto de condensación, la Verdichtung, como señalaba Ezra. Para gracia o desgracia, mi tema es la lectura. Lo sé. Mi tema son esas formas de leer, esos pliegues, esa adicción, esa yuxtaposición, ese desorden, ese catálogo.
Jueves. El gran desafío de la ficción, y de la no ficción, es la política, lo social, la vida comunitaria, la historia, la tradición y en esa línea el uso de la lengua, su escolástica y su circulación. De alguna forma esto lo sabe la no ficción, pero la ficción se acaramela con sus saberes conservadores sobre la lengua y la tradición. Esa sutilezas muy pronto se convierten en el error del aburrimiento. En eso pienso hoy. Pero no solo hoy.
Más tarde. Hace mucho calor. Mi hijo duerme una primera y larga siesta estival y yo busco en la biblioteca un libro que al leerlo me de tiempo, tiempo para escribir, para pensar, para perder, para leer. Sé que ese libro no existe. Sé que lo libros no dan tiempo, sino al contrario, lo quitan, los suprimen, lo consumen. Y sin embargo, lo sigo buscando.
Viernes. La semana pasada me robaron la bicicleta. La dejé atada a veinte metros de una policía mujer que hacía guardia frente a una puerta. Fue la misma mujer policía la que me avisó lo que había pasado. Incluso llegó a ver al ladrón, cómo iba vestido, y cómo se llevaba mi bici. Enseguida llegaron tres patrulleros y siete policías más. Desde luego, semejante despliegue no logró recuperar la bicicleta pero me envolvió en una masa de burocracia más o menos idiota de la que me sustraje con rapidez. No pensé que eso tuviera relevancia para este diario hasta que hoy a la mañana fui a comprar una bici nueva. Había estado charlando con Jorge Charras sobre los nuevos narradores, en general cuentistas, que escriben novelas algo necesitados de obras más largas, y que son más o menos reconocidos. Recordé la charla con Jorge cuando el bicicletero comentó el tema del robo de bicicletas en general: “Los muchachos se van perfeccionando. Conocen todas las bicis, todos los precios… Algunas cadenas son más duras, otras no tanto, pero ningún sistema es infalible. No hay que dejar la bici en la calle. Lo menos posible, en todo caso.” Me llamó la atención el tema del “perfeccionamiento.” Para el bicicletero, todos intentamos perfeccionarnos en nuestro trabajo. Sin embargo, los escritores de los que hablábamos con Jorge me parecían estáticos, conservadores, autocelebratorios. Los muchachos que roban bicicletas me resultaron, en ese sentido, más dialécticos.