Sábado 28 de diciembre. Cumplo cuarenta y cuatro años. Una buena cantidad. Me hubiera gustado que me regalen tiempo para corregir una novela. Una más. Después de los cuarenta se aprende a escribir novelas, decía el maestro. ¿Cuando se aprende a corregirlas para que salgan bien?
Lunes 30. César Aira insiste en ser leído desde Duchamps y las vanguardias de los años 20. Algunos críticos creen esa referencia. La aceptan. Pero a Aira yo lo asoció mucho más con el Nouveau Roman y Robbe Grillet. Cuando se arma un poco más el grupo, y se lee a Guebel y a Tabarovsky, incluso a Chitarroni y a Alan Pauls, la influencia es todavía más clara. (La línea de Saer a Chejfec vía novela francesa también es clara. Véase El aire la muy aburrida primera novela de Chejfec.) La conexión resulta todavía más firme si se contrasta un poco esas obras con el libro de ensayos Por una nueva novela. Para salir de la tensión abrasiva del existencialismo, que mediaba todo con la vara del autor y su ética, antes que de la obra, los novelistas franceses de la posguerra y argentinos de la década del 80 proponen esa forma estética. En la Argentina triunfan porque los viejos novelistas, que tampoco eran tan buenos, habían sido desaparecidos o demolidos por la dictadura, en sí misma una máquina ficciona potente y en muchos sentidos insuperable. (Dicho en el sentido en que la experiencia puede ser insuperable.) Y también porque los lectores van hacia lo nuevo y solo si es nuevo aceptan lo remanido. La influencia es tan poderosa -así, de esta forma, no de otra manera deben ser escritas las buenas novelas- que incluso alcanza al Viñas final de Tartabul. Pero ese camino nos dejó hacia el fin de siglo XX y quizás también a principios del siglo XXI un poco huérfanos de contadores de historias y de historias políticas, aunque nos trajo un sano extravío, una firme experimentación y varias cofradías. (Supongo que el proceso fue menos definido, menos claro. Aunque la tendencia al hermetismo antes que a la hermenéutica resulta constatable.) Los lectores se alejaron un poco por esto, supongo, del género novela. (Hay otros factores.) Pero, al mismo tiempo, de una u otra forma ese extravío, esa deformidad, está en la tradición argentina, en nuestra forma de leer y escribir. El problema es que tenemos un siglo XIX a pura barbarie y una mentalidad muy ligada a la civilización francesa. Los franceses dijeron: “la literatura es nuestra literatura, la literatura francesa.” Y nosotros copiamos ese gesto: “la literatura es la literatura argentina.” (Hay algo paradójico en que copiando a otros nos valoricemos en nuestra arrogancia.) Ni siquiera la joven y potente literatura de los Estados Unidos pudo doblegarnos como hizo en el cine y la tv. Mucho menos la polvorienta madre francesa. Pero en vez del Iluminismo y las abadías y universidades teníamos que llenar el interminable páramo vacío de la patria. En vez de filosofía había gauchesca. Aira encarna muy bien esa traducción, esa adaptación, ese orgullo. Nuestros libros son los libros del mundo. Tan es así que esos libros crean a los lectores, no los lectores demandan esos libros. Y, desde ya, en tanto que afilado lector, a Aira lo exaspera tanto equívoco… Quizás estos nuevos avatares de peronismo que nos trajo de sorpresa el siglo XXI puedan producir una nueva novela política. Sacudir las plumas del Nouveau Roman, después de todo, no parece tan difícil. Internet y las redes sociales son un efervescente laboratorio en ese sentido. Hay algo capitalizable en ese cruce, un aprendizaje.
Más tarde. Vi Los dos papas, una de las mejores películas que vi en mi vida. Y por supuesto, la mejor del 2019. Sobre el final del día revolví un poco mi biblioteca y encontré un pequeño libro de Aira: Sobre el arte contemporáneo seguido de En la Habana. Recuerdo haber leído el primer ensayo, que desde luego atrasa casi setenta años, y con eso tuve suficiente. No llegué a La Habana. Me gustaría leer Canto Castrato. Debería habérsela pedido a Papa Noel. Quizás la próxima Navidad. Es una novela que tiene más de veinte años de publicada. Mi lectura bien puede esperar algunos meses más.
Martes 31. Menos palabras implican más disciplina. Implican resignar, implican menos residuos, menos grasa. Esto es una obviedad. Y como tal fue tratada y estudiada en muchos momentos. Sin embargo, me da la sensación de que no se puede escribir menos. Aunque desde ya una línea por día alcanza o debería alcanzar para todo. Este año que empieza, este 2020, me genera ilusiones pero no creo poder escribir una línea y solo una linea por día. Tanto mejor sería encontrar otros proyectos, de ser posible secretos, que calmen mi ansiedad.