Lunes. Soñé con una mesa que mi padre hizo en la década del noventa para una casa que teníamos en el bosque de Cariló. Cuando después de su muerte la casa se vendió, la mesa quedó ahí. Lo lamenté. Era una mesa grande y pesada, muy bien terminada, hecha en una madera veteada fuerte y clara. Un invierno estudié latín sobre esa mesa y di el primer nivel libre en la facultad. Estoy seguro que la mesa ayudó en el estudio. Era sólida, estable y fuerte. Lamento haberla perdido, mucho más que la casa, un lugar que ya había cumplido su ciclo.

El sueño no era un sueño que podía ser narrado, sino una culpa en la duermevela. Mi padre murió muy joven. Por momentos, antes de estar despierto del todo, pensé en esa mesa como lugar de lectura y también me pregunté, dudando, si me la merecía, si estaba a su altura, si en caso de haberla retenido, hubiese podido darle la atención, el rendimiento, el uso que ella se merecía.

Martes. Limpio el lugar donde vivo. Pongo en orden la cocina, frego el baño, lavo los pisos. Es un ejercicio que no me permite leer. Y cuando uno limpia, siempre piensa lo mismo. Es difícil ser dialéctico, ser preciso. Más bien la mirada se vuelve un poco agria y se asienta. Los ojos se enturbian un poco, los recuerdos se escapan como vapor. Disolver y remover la mugre lleva los residuos de la vida a otro lado. Casi podría decir que los incorporamos. Al perder cierta felicidad de la lectura, entonces, nos volvemos más lejanos, menos superfluos y frívolos. No hay muchos escritores que escriban hoy, con coherencia y provecho, sobre el trabajo manual, su alienación y su neurosis. Esto se debe posiblemente a que no saben lo que es trabajar con las manos o lo hace cada tanto como es mi caso. Recuerdo un excelente relato de Carlos Godoy sobre un día en la vida de un empleado de limpieza de un Shopping Center. Debería volver a leerlo. Un buen relato, sí.

Miércoles. Quizás el siglo XXI sea el siglo del final de la ironía y la restauración antimoderna de la literalidad. El diablo es feo. Los ángeles son bellos. El siglo XX fue el siglo de los totalitarismo. Pero teníamos la ironía.

Jueves. Volviendo, de a poco, a escuchar Prokofiev. Intercambio con Napolitano sobre pianistas. Richter, Kempf, Horowitz. Él me presenta Friedrich Gulda que toca Beethoven como si golpeara un ataúd. En un comentario: Beethoven would have kissed him on the forehead.

Viernes. Desde Internet me llega una viñeta suelta. Es una única escena, desgajada, supongo, de una historieta mayor. Al aire libre vemos cuatro marcianos con sus trajes del espacio y caras serias, amargas, casi agresivas. Son grises y uno lleva un arma, una especie de rifle espacial. Los cuatro aliens enfrentan a una mujer rubia, bien peinada, de rasgos apacibles. El contraste es fuerte, subrayado. Uno de los aliens dicen: “¿Se da cuenta de que la Tierra está indefensa frente a nuestras armas superiores?” (Do you realize Earth is helpless against our superior weapons?) A lo que la mujer responde con calma: “Por favor, váyanse… Estoy leyendo.” (Please, go away… I´m reading.) Las armas y las letras, desde luego, ese tipo de incomunicación, pero también lo humano y lo inhumano, lo cálido y lo frío, lo reposado y lo contracturado. Anoto en mi lista de tareas buscar en la web la historieta completa, pero ya esa viñeta dice muchísimo. Please, go away… I´m reading. Beethoven would have kissed him on the forehead.