Lunes. Mi mano izquierda tiene un corte. Pero sana bien. La derecha está más golpeada. Aunque la muñeca fue mejorando, tengo dos o tres golpes más que todavía la resienten. De hecho, cuando la rotura del fibrocartílago triangular empezó a mejorar, un golpe contra una pared me generó un dolor paralizante. Y aunque estoy usando mucho la bicicleta, así y todo se va curando. Ya no soy pesimista para la salud de mis manos. Y cuando nunca me duelen es cuando escribo.

Martes. “Los pensamientos/ Son todos míos/ Pero mi lengua/ Ya no es tan mía” cantaba Rada en una canción que se llama Dedos.

Miércoles. Sigo con el tema. La tentación y el arrastre del clasicismo está siempre. Es parte de una fuerza civilizatoria. Está en el periodismo, en la familia, claramente en las universidades, en las diferentes instituciones que cruzamos en nuestra vida. (Donde ineludiblemente aparece lo clásico y el clasicismo es en los restaurantes.) Desde ya siempre con filtraciones y capilaridades. Pero es parte de esa normalización a la que tiende la cultura. El romanticismo cuestiona es forma, la desafía, y se opone durante un tiempo, vence, triunfa, se establece y cuando empieza a tener continuidad, otra vez la subjetividad y lo informe vuelve a caer. Por eso me sorprendió que, al encender la pantalla, se me ofreciera desde ahí, desde Netflix, un corto de David Lynch. Es apenas un poco más de un cuarto de hora en que Lynch mismo haciendo de detective interroga a un mono sospechoso de asesinato. Es una parodia homenaje al género negro y sus matices góticos. No logro imaginarme las conversaciones entre la gente de Netflix y Lynch. Aunque quizás no fueron nada estrambóticas. Él dijo: “Tengo un corto interrogando a un mono.” Y los de Netflix respondieron: “Claro.” 

Jueves. Cuando le preguntaron a Salman Rushdie cómo escribía respondió que con las manos. No es un respuesta tan simple. Después agregó que, muy temprano, se sentaba en la máquina de escribir sin ni siquiera lavarse los dientes. Es verdad que ese es un buen momento. La cabeza está muy fresca, empuja bien, no hay que arrastrar nada. Las manos están sanas, limpias, descansadas.

Jueves, más tarde. También las manos son herramientas clásicas y clasicistas. 

Viernes. Hace dos mil ochocientos días que escribo este diario. Un poco más quizás. Al revisarlo noto que no escribo los fines de semana. A veces un sábado, o un domingo aislados. No sé por qué. Supongo que se trata de un tema de orden y ritmo. Roberto Arlt: “el que quiere soledad que la busque dentro de sí mismo.”