Lunes. El inútil de la familia no es el lector, el inútil es el escritor. Martes. Este año cumplo cuarenta y cinco años. Ya soy largamente más viejo que Roberto Arlt cuando murió a las cuarenta y dos. En Internet encontré un breve relevamiento de los lugares por los que anduvo y, salvo un breve lapso de tiempo en Córdoba, donde hizo la colimba y se casó, siempre estuvo viviendo entre Flores y Caballito.

Miércoles. Charla de libros con mi hija. Hablamos de leer, de lo que significaba leer, de qué podía leer ella ahora, y sobre los libros que la esperaban para ser leídos muy pronto. Fue un buen rato. En un momento me levanté y agarré de la biblioteca una edición nueva de Lugar de Levrero y se la di. Después, de forma instintiva, le saqué una foto al estante de tengo los libros de Levrero.

Jueves. Piglia decía que la película definitiva de Godard, o su ambición última y su obsesión recurrente, era filmar a alguien leyendo. Para mí la mejor película sería filmar gente leyendo, mucha gente, pero no en cualquier lado, sino en un bar y en un bar de Buenos Aires. ¿Leer? Sí, pero ¿qué leer? Yo diría más bien de la letra. Yo diría más bien hasta los papeles rotos de la calle.

Jueves, más tarde. Esa sería mi película, la película que me gustaría hacer. Veinte minutos de gente leyendo en bares de Buenos Aires.

Más tarde. Quizás veinte minutos sea mucho. Aunque si se ponen imágenes de mucha gente, digamos, unas treinta personas… Treinta lectores leyendo. Muchas edades diferentes. Pueden decir qué leen. Pueden decir si lo que leen les gusta o no. O incluso pueden no decir nada, y leer en silencio, durante algunos segundos o incluso un minuto, que en el cine es una eternidad y en la vida también.

Viernes. El editor que no lee. El periodista que no lee. El escritor que no lee. El critico que no lee. Pero ¿cómo pensar al lector que no lee? Ser un lector que no lee, ser un lector de antes, un lector que fue lector y ahora es un residuo de eso que fue, un fantasma, el fantasma de un lector.