Lunes. Aislamiento voluntario total. Así le dicen. Desde todo los medios insisten: quedate en tu casa. La situación es, por lo menos, de una excepcionalidad rara. Fui al supermercado. Había góndolas vacías. La gente se movía con distancia y los empleados usaban barbijos. Compré lo que pude. Creo que estaba algo nervioso y como no tenía lista adiviné un poco qué me faltaba. Volví a casa pensando en muchas cosas pero intentando no pensar en nada.
Martes. Quedarse en casa. Me hubiera servido el año pasado que tenía que corregir dos libros. Hoy tengo que rascar el fondo de mi olla del word. Bueno, no tanto. Ya hice la lista de artículos que podría llegar a escribir. No es una lista muy larga. En total son dos artículos. El tema es que el aislamiento forzoso no tiene el mismo gusto, no decanta la misma fuerza, que el aislamiento creativo para escribir y leer. Mavrakis publicó en Revista Paco una pieza muy buena sobre el fin del mundo y La Carretera de McCarthy. Con eso estaría colmado mi interés en el tema… Ya me puedo imaginar no la mierda de ficción que se va a escribir sobre esta cuarentena sino los libros más de mierda aun que voy a ver pasar de “periodismo de investigación.”
Miércoles. Encerrado pero con web. No es tan diferente a mi rutina normal. Aunque sé que estoy encerrado. Y esa conciencia es dura.
Más tarde. Vi la remake de 3.10 to Yuma con Russell Crowe y Christian Bale. Me gustó. Más allá de ese entretenimiento que brinda la narración clásica, me quedó una escena. Crowe es malo pero noble, y ni siquiera es tan malo. Es el típico out law carismático y romántico. Cuando tiene que explicarle a Bale, el soldado justo y el padre dedicado, veterano de la Guerra de Secesión, por qué se hizo malo, por qué se desgració —diríamos en la gauchesca—, lo que narra es una escena de lectura. Con el padre muerto, la madre lleva al pequeño Russell de siete años a una estación de tren. Lo sienta en un banco y le da la Biblia. Le dice que la lea y se va. Russell, obediente, lee la Biblia mientras espera que su madre regrese. La lectura completa le lleva tres días y tres noches. Cuando termina, entiende que su madre no va a volver. Durante la película su personaje cita varios pasajes de los Proverbios. O sea que podemos entender que esa lectura de inicio de su orfandad fue productiva. El personaje, en la misma escena fundacional, se hace malandra, lector y católico. Al principio de la película cita Proverbios 13.3 que en la traducción que encuentro de Reina Varela es: “El que guarda su boca guarda su alma; Mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad.”
Más tarde. Podría escribir un relato titulado Continuación del encierro. No sería un relato ominoso, sino todo lo contrario. Contaría la vida en cuarentena de un hombre que es feliz aislado y que, cuando la pandemia pasa, él sigue encerrado por voluntad propia durante años que se hacen décadas.
Más tarde. El Ejército va a repartir comida en La Matanza. Mientras tanto, yo descubro que el tedio de los otros presiona, obstaculiza y crece. Todos quieren hablar, todos quieren saber cómo estás, todos dicen una sola cosas: el monotema del virus. No hay dónde meterse. No se puede ser indiferente. Es como elegir un bosque para esconderse y todo el mundo se está escondiendo en ese bosque. Uno corre a un lugar en sombras y todos los demás lo ven acomodarse ahí y empiezan a hablarle.
Jueves. El ejercicio de concentración para escribir o trabajar durante la cuarentena es diferente, más denso, más pesado, más difícil. Las comunidades religiosas donde viven ancianos misioneros de Italia también fueron alcanzadas. En Clarín un titular dice: “Rezan, enferman y mueren.”
Viernes. Trabajo con mucho esfuerzo y grandes lagunas de concentración. Ayer necesitaba refuerzo y me fui a dormir con varios libros que saqué de la biblioteca. Futurismo italiano, Unamuno, Tom Shepard, y al final elegí Diario de un extranjero en París de Malaparte. Hoy a la mañana lo llevé a la cocina y seguí leyendo ahí. Aproveché el silencio, perfecto y admirable, que nos regala este imprevisible momento de la historia.