Lunes. No enfrentamos el Apocalipsis sino la continuidad. Pero antes de la continuidad, un parate. Nos detenemos pero no de forma definitiva. De ninguna manera. Todo se detiene, pero por un rato. Y ni eso sabemos con certeza. El movimiento interruptus es más perverso aún que el del final. El de final sería, seguramente, liberador. Y este que vivimos es coercitivo. Vivimos en un acorde disminuido, no hay todavía reposo. Frente a esa tensión, que tiene forma de angustia, si resolveremos en un acorde menor o mayor parece ser lo de menos. La melancolía de un acorde menor, ¿o la fuerza afirmativa de un acorde mayor? La mejor frase sobre la epidemia del coronavirus es de Napolitano: “En el futuro todas las distopías se verán cumplidas porque la realidad es un arte combinatorio.”

Martes. Canetti: “Abre otra vez los oídos y deja que todo llegue, lo absurdo, lo no clasificado en ningún sitio, lo vano.” Se nota que Canetti vivía en un mundo sin tanto ruido, ni redes sociales. ¿Cómo vamos a volver a eso después de este acerado silencio que nos inunda hoy? Qué belleza este silencio de cuarentena. Mi brazo izquierdo va sanando. Hago un poco de rehabilitación. Lo muevo. Toco escalas en la guitarra. Al principio dolía. Aunque ya puedo dormir sin sobresaltos. Y ahora ni siquiera duele tanto… La muñeca es la más débil. El codo se aflojó. Recuperó elasticidad. De a poco va sanando. Extraño andar en bicicleta. Cuando esto termine quizás haga demasiado frío. Aunque ahora no me intimida tanto. El clima de la cuarentena, más allá de algunas lluvias, fue de un marzo cálido y amigable.

Miércoles. Sarmiento, padre fundador. Echeverría, new wave punk. Borges, el lector maestro. Bioy, su conserje. Piglia, su mejor intérprete. Una gran manada de díscolos, que van desde César Aira hasta Manuel Puig. Y luego el siglo XXI, donde muchos se entregan a la masividad de la escritura en Internet y yo hago, como un artesano disciplinado y pobre, lecturas fragmentarias, nocturnas, prudentes, pudorosas, esperanzadas. Pero ahí estoy. Haciendo la cuarentena. No creo que vaya a ninguna parte por ahora.

Más tarde. No hay reproducciones de Pollock. Hay imitaciones. Pero no reproducción. Los problemas son dos. Es muy difícil, yo diría imposible, salpicar la pintura con es espontaneidad y precisión. Segundo, si la reproducción se lograra, centímetro a centímetro, gota a gota, pigmento a pigmento, ¿qué lo haría diferente del original? Me da la sensación de que habría entonces dos originales. Aunque quizás esto no sea así.

Jueves. Son esos pequeños instantes que se arruinan por nada. Esta cuarentena es una oscilación permanente entre grandes momentos de alegría y miseria. Pienso que el terraplanista solo puede morir de forma trágica y espectacular. ¿Qué pensarán de la pandemia que es una de las formas más anónimas de morir? Yo diría más bien de la letra. La literatura, no sé todavía muy bien lo que es. Ahora toquemos.

Viernes. De ayer a hoy bajó la temperatura y me resfrié. Fui al supermercado con el miedo de estornudar frente a una góndola y ser señalado. Luego excursión al cajero automático. ¿Resultados? Los de siempre. Pero un miedo creciente, latiendo en todo el trayecto, de encontrarme con la policía y que me pregunten a dónde iba. Pasaron dos patrulleros, uno estacionó en la esquina, y nada. Tentación de seguir caminando, no detenerse y huir de todo. En la web encuentro una foto de la desinfección de un cajero. Muy buena foto. Desinfectar los bancos. Qué metáfora.

Sábado. De golpe, el sábado a la mañana, aparecen las ganas de escribir, de tipear, de pasar tiempo en la computadora. ¿De dónde vienen? ¿Cuánto tiempo van a durar? Poco, poco, esto seguro. Me levanto, me ducho, me compongo después de una noche larga, durmiendo y despertando, y ahí están las ganas. Prendo la computadora. Hago café. Me siento. Miro la hora. Es el tiempo de la dicha. Tanto más precioso por efímero. Trabajo con placer un rato y lo voy estirando, administrando, disfrutando. Ya no soy joven. Pero tengo un poco más de experiencia. Cuando me detengo vuelvo a Malaparte de París. Se la pasa en ese 1947 de salón en salón, de cena en cena, filosofando, ensayando sobre colaboracionismo, resistencia, franceses y Europa. Los nombres de muchos de sus interlocutores se perdieron pero no es difícil imaginarlos. Cada tanto Malaparte para a ladrar, ladra de noche y habla con los perros. Escribe bien. Yo prefiero, en la madrugada, el silencio perfecto de la epidemia.

Domingo. Si alguien pregunta ¿quién de nosotros escribirá el Facundo? hoy se le puede responder con otra pregunta ¿qué sucederá con los cadáveres que permanecen en las calles de Ecuador? Es un titular de la BBC. Y no es el peor.