Lunes. Tengo que ir a donar sangre. ¿Voy en bicicleta? El tema es la vuelta. ¿Se puede pedalear después de dar sangre? Así que ayer pensé en tomar el subte. Luego dudé. Cuando llegué a Primera Junta había todo tipo de colas. Parecía un chiste soviético. Todo el mundo estaba afuera y estaba haciendo una cola para algo. Para el banco, para el correo, para la farmacia, para el supermercado. Viajé sin problemas. Después llené un formulario. Una médica me hizo una serie de preguntas y finalmente me sacaron sangre. Volví como fui y en Primera Junta las colas seguían ahí.

Martes. Leo en Internet: “Debido al colapso del sistema sanitario, una empresa en Colombia ha desarrollado camas hospitalarias ecológicas convertibles a ataúdes, fabricadas con cartón y 100% biodegradables.” No debe ser fácil caer en una de esas camas y sostener la esperanza. El médico se puede acercar a avisarle al paciente: “no te preocupes, tu cama se hace ataúd y es ecológica.” Leo mucho en posición horizontal, pero ¿quién y qué libro se puede leer en esa cama? Un titular: “Japón se prepara ante un eventual ataque extraterrestre.”

Más tarde. Volví a escribir de madrugada, pero estoy muy disperso. Me pongo a ordenar una novela que tengo sin terminar, tomo notas para una obra de teatro, pienso en un ensayo para un concurso, me levanto a buscar un libro, me examino la garganta porque me duele la cabeza. Todo así.

Miércoles. Menos simbolizás, más te aburrís.

Más tarde. La gente salió a la calle. Los negocios abrieron. Pero seguimos adentro, seguimos en cuarentena. Es una sensación rara, irreal. Podemos salir y queremos salir pero seguimos confinados. ¿Dónde tenemos que estar? Todo es irreal salvo el dulce y excrementicio olor de nuestro aliento en el barbijo.

Jueves. Unos versos muy actuales: “As they pulled you out of the oxygen tent/ You asked for the latest party.” Pablo Gaiano puso en Instagram una foto de Joyce y escribió “La cuarentena nos permite vivir mejor, vivir leyendo.”

Más tarde. Volví a repasar Logos argentino de Dugin. Mi ejemplar está lleno de notas. Desde luego se trata de un libro fallido. Dugin no tiene mucho para decir sobre el Logos argentino y con lo que dice no logra ni siquiera empezar a rascar un poco la cáscara del tema. Desde ya, es uno de los internacionales más interesantes. La introducción del libro es muy buena y su intención es noble. Eso no se discute. Y, dicho sea, acepto sin vueltas la amarga ironía que un libro con ese título lo escriba un ruso y no llegue a las ciento veinte páginas.

Viernes. En San Francisco hubo avistajes de OVNIS avalados por la NASA. Ayer dijeron que desapareció un planeta. Robles escribe: “esto se va poniendo interesante.” Gogui aviso que después de la peste vienen los aliens. Titular: “Hungría. La historia de una pareja varada que hizo cuarentena en cementerios.” ¿Dónde me espera mi cama ataúd de cartón ecológico?