Lunes. Si buscamos desfallecer el ritmo del significante, deberíamos empezar por salir de Twitter. ¿Ritmo? Pienso en una historia que sea la historia alemana del lobo y la lavandera, contada una y otra vez, con variaciones. Aunque quizás las variaciones estén de más. Lacan: “el inconsciente es el sujeto, en tanto alienado en su historia, donde la síncopa del discurso se une con su deseo.” 

Martes. Hubo un momento de Internet que fue exploratorio, el código HTML se aprendía mientras se desarmaba los blogs, o se armaban sitios y páginas. Las redes sociales tomaron esa libertad y la encauzaron en géneros y formatos mucho menos cimarrones y mucho más maleables por el poder. Hay una discusión pendiente entre Internet y las redes sociales.  

Miércoles. Compro en Mercado Libre, paso a buscar por una dirección del barrio e inmediatamente me pongo a leer La escuela neolacaniana de Buenos Aires de Ricardo Strafacce. No me gusta cómo está escrito. Tiene una prosa en la línea picaresca de César Aira. Y sin embargo, va un poco más allá. Lo que cuenta es genial. En la calle, la gente se mueve con barbijos y tapabocas como si siempre hubiese sido así. No hay mayores complicaciones. En la televisión se dice que vamos a volver a una cuarentena más dura. No parece muy posible de implementar sin una gran represión policial. 

Jueves. Cada vez más fuerte el sentimiento de rechazo por el periodismo en cualquiera de sus versiones, gráfica, de tv, o de radio. El sentimiento viene de la certeza que ese es el lugar donde se deberían decir algunas cosas importantes y eso no pasa. En ese sentido, las redes sociales tiene más libertad, aunque sea una libertad low fi. Mientras tanto lo real se impone en este titular: “Dejó a una provincia sin Internet al intentar hacer una cloaca ilegal.” La bajada: “Cavó un pozo sobre la vía pública e interfirió con la la red de fibra óptica que conecta Internet de Concepción del Uruguay a Paraná.” Quizás haya hecho el bien. Las cloacas siempre revisten esa ambigüedad. Un comentario en Twitter me hace acordar que, con Martín Servelli, a fines de los años 90 decíamos que había que leer El canon occidental de Harold Bloom con La comunidad organizada y decidimos proponer un taller de lectura para el PJ capital. Fue una idea magnífica y como tal jamás se realizó. Gaffe de escritores y editores poco ilustrados: confundir críticos con haters y lovers con críticos.

Viernes. Alfonso Reyes: “Conocí a un hombre que recibía noticias del Cielo. Un día me comunicó las últimas novedades que se contaban. ¿Saben ustedes cuales eran? Que puede ser que Lucifer se redima con un acto de arrepentimiento; que Lucifer puede redimirse, pero no sus criaturas.” 

Más tarde. ¿Escribir? ¿Para qué, para quién? Para todos, para nadie. ¿Por dinero? O por nada, por placer, y porque la cuarentena así lo ordena. ¿Escribir? Lucifer puede redimirse, pero no sus criaturas. Ahora toquemos.